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El Foco
Tribuna
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¿El fin del problema griego?

Entre las muchas enseñanzas que se pueden extraer de la reciente crisis financiera griega destaca una que merece una reflexión específica y que se olvida con frecuencia. La preocupación casi en exclusiva, y durante un largo periodo, por el problema de las finanzas griegas ha desviado la atención de otros problemas de Europa y de la construcción europea.

Como cuando un estudiante, que no alcanza el límite mínimo del rendimiento académico, recibe la atención exclusiva del profesor que frena la progresión del conjunto de la clase, en el caso de Grecia se produce una conjunción de factores similares. Hay por una parte razones objetivas, como la capacidad intelectual de la persona, su situación familiar, o la trayectoria seguida previamente, que condicionan y explican el mal comportamiento, pero también hay actitudes individuales como la falta de disciplina y de esfuerzo individual, que tienen como resultado el abandono del objetivo colectivo. Mantener al alumno en clase es un acto de solidaridad que se fundamenta en el primer grupo de razones, pero presenta costes sobre el conjunto del grupo que no se justifican si el origen es un comportamiento inaceptable.

Al concurrir razones múltiples que han conducido a la bancarrota de las finanzas públicas en Grecia, es natural que cada opinión destaque una solución diferente. Quienes piensan que se trata de un problema cuya única salida es recurrir a la solidaridad, destacan soluciones de reparto del coste del rescate entre el resto de los miembros. Mientras que quienes piensan que se trata de un problema de incumplimiento sistemático de las reglas del juego, abogan por una salida ordenada del euro y, quizá, de la UE.

La mejor forma de solucionar el problema se encontrará seguramente en secuenciar las decisiones de modo que, agotado el tiempo para la utilización del enfoque solidario, se pase a la segunda fase dictada por la aplicación de la ortodoxia financiera. El punto crucial sería determinar el momento en el que debe abandonarse la primera vía y sustituirse por la segunda. Si no se restaura la confianza en el seno de la UE, de que Grecia pondrá toda su voluntad en cumplir el acuerdo, el grupo seguirá adelante sin uno de sus miembros.

El objetivo más importante debe ser reconstruir la confianza perdida en el proyecto europeo

¿Qué costes se derivan de un enfoque ortodoxo de cumplimiento de los acuerdos financieros? A corto plazo los costes se concentran en la población griega que tiene que asumir que su situación es mucho peor de lo que ya perciben, porque no pueden siquiera aspirar a mantener su actual bajo nivel de vida. En el mejor de los casos, si realizan las reformas que la Unión Europea les exige, comenzarán a crecer lenta pero continuamente al cabo de un cierto tiempo, una vez que la economía gane en competitividad y en empleo.

En el intervalo de tiempo, hasta que la política económica dé resultado, las reformas —como siempre—, generarán descontento en los colectivos que se benefician de la situación actual, esto sin que exista compensación por las mayores ventajas de quienes se beneficiarán indirectamente de aquellas en el futuro. Los partidos políticos explotarán esta insatisfacción generando impaciencia y desconfianza en la solución que propone Europa por considerarla equivocada, inútil e injusta. Los potenciales beneficiarios, aunque mucho más numerosos, no constatarán una mejora suficiente para continuar apoyando el plan de reformas. De esta forma, el proceso de solución ortodoxa presenta un lapso de vulnerabilidad política, al concentrar los mayores costes al inicio y generar los beneficios en una etapa posterior.

Si los helenos realizan las reformas que la UE les exige, comenzarán a crecer lenta pero continuamente

¿Qué costes generaría la solución solidaria en la Unión Europea? La quita parcial de la deuda griega que le otorgaría viabilidad financiera tendría dos consecuencias inmediatas. Se evidenciaría una cohesión interna entre europeos que fortalecería la imagen de un área no solo monetaria, sino también fiscal donde una región que atraviesa grandes dificultades recibe ayuda del resto; pero también se crearía un precedente de que si las finanzas se deterioran lo suficiente en un país, llegará el rescate y el problema del deudor se convertirá en un problema para el acreedor. Este incentivo a incumplir los acuerdos firmados por un gobierno actual o por uno anterior debería desaparecer de la mesa de negociaciones y establecer reglas, que aún siendo imperfectas, no permitiesen la renegociación continuada.

Mientras la Unión Europea se ocupa casi en exclusiva del problema financiero de Grecia, otros asuntos esperan una mayor atención de los líderes europeos. El mayor y más prolongado impacto de la reciente crisis financiera en Europa que en los Estados Unidos ha puesto de manifiesto la necesidad urgente de avanzar en diversos frentes como son los procesos de creación de un mercado único en los servicios (74% del PIB de la UE-28), en el impulso de las nuevas tecnologías (herramientas fundamentales para la mejora de la competitividad), en el fomento del avance de la productividad (para invertir el proceso de alejamiento observado respecto de los Estados Unidos o incluso de la media de los países de la OCDE), en la definición de políticas de energía, medioambiente, inmigración, empleo y movilidad laboral, I+D+i, reindustrialización, entre otras muchas. Son todas ellas políticas urgentes y fundamentales para conseguir que Europa crezca desde impulsos de la oferta y no de la demanda y con ella lo haga Grecia, contribuyendo así a la mejora de su sostenibilidad financiera.

Europa no solo tiene un problema con las finanzas griegas. Tiene muchos otros asuntos, mucho más importantes que aquél de los que ocuparse si quiere continuar desempeñando un papel relevante en el concierto internacional. Seguramente el más importante sea el de reconstruir la confianza perdida en el proyecto europeo. Sin ella los acuerdos alcanzados en las últimas horas no tienen recorrido y la amenaza del Grexit seguirá en el horizonte. Tantas energías políticas y mediáticas empleadas en este asunto generan un sentimiento de hartazgo en la ciudadanía que pone en duda la capacidad europea para resolver sus problemas.

Javier Quesada es catedrático de análisis económico de la Universidad de Valencia e Investigador del Ivie.

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