El metro de Moscú cumple 80 años
“¿Y ese quién es?”, pregunta una despistada turista de Hong Kong frente a un mosaico de Lenin en la estación Kíevskaya, considerada la más majestuosa del metro de Moscú.
El fundador de la Unión Soviética es una de las estrellas del metro de Moscú, que conserva intacta la simbología comunista, desde la hoz y el martillo a las escenas revolucionarias al más puro estilo del realismo socialista.
No obstante, eso no le resta ni un ápice de belleza al metro, en especial en su línea circular, que incluye auténticos museos subterráneos como la citada Kíevskaya, Komsomólskaya y Novoslobódskaya.
A cualquier hora del día, los turistas se arremolinan para fotografiar sus salones, que incluyen cristaleras y rosetones policromados, como si se tratara de una catedral gótica.
El Kremlin es, sin lugar a dudas, el destino número uno para los visitantes, pero después de la residencia del presidente ruso, Vladímir Putin, el metro es un lugar de peregrinación obligada.
Conscientes de su popularidad, las autoridades apenas han retocado las estaciones más antiguas, que conservan sus mármoles, lámparas, frescos, arcos, grabados, barandillas y bancos de madera como si estuviéramos en los años 40 del siglo pasado.
Fundado en 1935, el monumental metro moscovita tiene más de 300 kilómetros de largo y casi 200 estaciones, de las que 44 han sido catalogadas como patrimonio cultural.
Los metros de Nueva York o París pueden ser más grandes, pero no resisten la comparación en cuando al valor artístico y arquitectónico.
Los mosaicos, una tradición que los rusos heredaron de Bizancio, son uno de los principales atractivos del metro, en especial en Kíevskaya, que incluye escenas revolucionarias como la fundación de la URSS y otras, impensables ahora, como la amistad entre los pueblos ruso y ucraniano.
En Komsomólskaya los mosaicos son aún más espectaculares, como la intervención de Lenin en la Plaza Roja o la batalla de Borodinó contra el Ejército de Napoleón en 1812, y son parte del techo, lo que la convierte en una de las paradas preferidas de los turistas.
De Stalin, quien ordenó su construcción y se refugió en el metro de los bombardeos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, apenas hay rastro.
“Cuando abandone el vagón no olvide sus pertenencias personales, ya que las podría necesitar después”, dice Nikita Mijalkov, el famoso director de cine, por el altavoz del vagón, ante la mirada sorprendida de los pasajeros.
Mijalkov, que labró su fama hace 50 años como actor en una película con el metro como protagonista, y otros populares artistas, cantantes y presentadores de televisión se han sumado a la campaña oficial para celebrar el cumpleaños del metro.
“Estación Sújarevskaya. Aquí nací, crecí y vivo actualmente”, dice el actor Gosha Gutsenko, quien pide encarecidamente a los pasajeros que cedan el asiento libre a niños, ancianos o embarazadas.
Construido para trasladar a la clase trabajadora a sus fábricas, este medio de transporte sigue siendo el preferido por los moscovitas, como demuestra la estadística, ya que recibe diariamente a más de 9 millones de personas, más que el de Tokio.
Moscú es conocida por sus interminables atascos, por lo que el trolebús y el tranvía son una opción muy agradable el fin de semana, pero en día laboral, el metro es el medio más rápido de llegar al destino, ya que cruza el centro la ciudad en apenas media hora.
Si uno quiere conocer Moscú, debe coger el metro, ya que, muy lejos del brillo cegador de las vitrinas de los boutiques, se encuentra el caleidoscopio subterráneo de la sociedad rusa, con su diversidad étnica -rusos, caucásicos, siberianos y centroasiáticos- y sus disparidades sociales.
Perderse es fácil, pero también lo es reencontrarse, pues sus pasillos están llenos de policías, ya que en el pasado el metro ha sido objeto de atentados terroristas, motivo por lo que no hay cubos o urnas para tirar la basura, lo que no evita que este limpio como una patena.
Uno de los rasgos singulares del metro de Moscú es su profundidad, no apta para los que sufran de claustrofobia o tengan vértigo, ya que sus escaleras mecánicas se hunden bajo la tierra hasta los 63 metros.
De hecho, las estaciones construidas tras la invasión nazi fueron ideadas como refugio en caso de guerra nuclear, química o biológica, amenaza muy latente en tiempos de la Guerra Fría.