El juez y la calavera
En los crudos años de crisis, acentuada por el colapso inmobiliario, la transparencia se mostró una vez más como saludable herramienta de la que nunca se debe prescindir. Productos como las preferentes, que tantos disgustos han dado a todas las partes, habrían sido mucho menos perjudiciales con un diseño, una comercialización y una adquisición dotados de mayores cotas de luz. Algo semejante ha ocurrido con las cláusulas suelo en el mercado hipotecario. Su licitud está fuera de toda duda y así lo reconoce el Supremo, pero el alto tribunal deja muy claro que será así “siempre que su transparencia permita al consumidor identificar la cláusula como definidora del objeto principal del contrato y conocer el real reparto de riesgos de la variabilidad de los tipos”. Es decir, que serán nulas si les falta esa siempre deseable claridad y transparencia. Eso es una cosa, y otra la petición del juez de lo Mercantil y Primera Instancia número 4 de Jaén en la sentencia en que declara nula esta condición en un préstamo de Novagalicia (hoy Abanca) para adquirir locales comerciales. El magistrado, pese a reconocer que la cláusula ya está “remarcada” en el texto, quiere hacer su aportación. Y lo hace con la desafortunada propuesta de que se deben usar “junto a las cláusulas símbolos que llamen la atención”, y pone entre otros el ejemplo de “una calavera”. Una ocurrencia que, además de presuponer falta de claridad donde ha de haberla, sitúa el crédito hipotecario al nivel de las sustancias tóxicas expendidas en droguería.