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Varoufakis, un ateo en el convento

Como un ateo en el convento, se define Yanis Varoufakis (Atenas, 1961), un apasionado de las metáforas y las paradojas. Unos juegos de palabras que chirrían en el Eurogrupo, donde el ministro griego de Finanzas disfruta provocando al resto de sus colegas de la zona euro, quienes no disimulan su hartazgo con la pedagogía del inesperado profesor.

Varoufakis hace guiños hasta con el nombre de su hija mayor. Se llama Xenia (hospitalidad), como la refrescante película de Panos Koutas, seleccionada el año pasado para el festival de Cannes.

El ministro griego eligió ese nombre como gesto de desprecio a la xenofobia y porque está convencido de que vivir como un extranjero en el propio país es la mejor forma de observarlo y contribuir a su mejora.

La misma actitud ha adoptado en el Eurogrupo, donde Varoufakis se sienta desde el pasado mes de enero y donde destaca como un elemento extraño y fuera de lo común. Es el sino de una vida que él mismo ha comparado con la de "un teólogo ateo cómodamente instalado en un monasterio de la Edad Media".

Empezó a estudiar Económicas en Reino Unido en 1978, en plena revolución punk, con la idea de "dominar el lenguaje de los poderosos". Enseguida se desilusionó con una doctrina "terriblemente aburrida y basada en teorías económicas de tercera".

En dos semanas se pasó al estudio de Matemáticas puras. Pero al terminar la carrera volvió a su pasión inicial, aunque con el único objetivo de rebatir las tesis económicas basadas en penosos cálculos matemáticos.

Probablemente nunca pensó que esa quijotesca batalla le llevaría tres décadas después a enfrentarse directamente con el ministro alemán de Finanzas, con la directora del FMI o con el presidente del BCE.

Varoufakis intenta demostrar a la troika que las recetas económicas aplicadas en Grecia desde 2010 están basadas en teorías y cálculos como mínimo equivocados cuando no malintencionados. Una lavativa que ha hundido al país en la depresión y que, a su juicio, hará imposible (aún más) que pague sus descomunales deudas.

El diagnóstico de Varoufakis lo corroboran premios Nobel de Economía como Krugman o Stiglitz. Pero la munición académica sirve de poco en un foro político como el Eurogrupo, cuyos miembros no ocultan su hartazgo con las lecciones del griego.

Los ministros de Economía de la zona euro soportan mal a su extraño colega griego quien, para colmo, les ha puesto en evidencia ante Galbraith o Sachs. Esos profesores estadounidenses le han acompañado a Bruselas y han descubierto con estupor el funcionamiento interno del Eurogrupo. O, más bien, el disfuncionamiento, como tal vez diría Varoufakis, con su gusto por retorcer el lenguaje para crear neologismos que desguazan los argumentos del adversario. El ministro griego habla del Memorándum de (Des)Entendimiento; de la tierra de Rescateistán, de la quiebrocracia...

Varufakis parece disfrutar con esa iconoclastia. Mientras los miembros del Eurogupo y de la troika salen cariacontecidos y demudados de cada reunión, el ministro griego mantiene impertérrito la media sonrisa que cautiva a sus admiradores y solivianta a sus detractores.

Bruselas y, sobre todo, Berlín, han intentado que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, se deshaga de su insoportable ministro de Finanzas. Pero Tsipras, de momento, le mantiene y Varoufakis acaba de asistir en Washington a la reunión del FMI y ha sido recibido nada menos que por el presidente de EE UU, una audiencia que cualquier miembro del Eurogrupo soñaría con lograr.

El viernes (24 de abril) también tiene previsto asistir en Riga a su primer Eurogrupo informal, una cita semestral en la que los ministros de Economía se dicen verdades de manera más franca (o brutal) que en las reuniones oficiales.

Las chispas, rayos y truenos parecen inevitables en la capital letona, donde Varoufakis mantendrá su enésimo pulso con el ministro alemán, Wolfgang Schäuble. Varoufakis llega al duelo con su país asfixiado financieramente y con el temor a una estampida bancaria que desencadene un corralito.

Para Grecia eso podría significar la antesala de una salida del Euro. Para Varoufakis, con toda probabilidad, el final de su odisea como ministro y su traslado a otro monasterio.

El popular profesor está acostumbrado y asume con humor y filosofía los giros de su vida. Sus padres, asegura, le enviaron a estudiar al Reino Unido para evitar la dictadura de los coroneles. Él se hartó de ese país de acogida en 1987, con la tercera victoria electoral consecutiva de Margaret Thatcher. Pero prefirió no volver a Grecia, donde le esperaba el servicio militar obligatorio, y acabó en Australia.

Pero tampoco allí abajo se libró de los gobiernos conservadores (presididos por "ese hombre insignificante y horrible llamado John Howard", según le describe Varoufakis), así que se resignó a regresar a Grecia y cumplir tres meses de mili.

En 2005 sufrió lo que considera el mayor trauma de su vida: su esposa (ya ex) se fue de vuelta a Australia y se llevó "a mi hija Xenia, extremadamente joven". Acabó aceptando y comprendiendo esa decision. Y unos meses después salió del estado de schock gracias a Danae Stratou, una artista griega cuya biografía parece digna de la canción Common People de Pulp.

Poco después, la catástrofe griega le convirtió en el "economista griego" de referencia, un título del que siempre se ha burlado. En enero de este año, la victoria de Syriza (partido en el que no milita) le catapultó a la fama mundial como ministro de Finanzas del primer país occidental que va a hacer añicos todos los manuales económicos, matemáticos y hasta psicológicos, mientras Varoufakis sigue sonriendo y haciendo juegos de palabras o logomaquias.

Foto: pintada callejera en Pontevedra, gran patria chica de Jabois, por cierto. (B. dM., 1-11-2014).

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