La felicidad, el dinero y otras cosas
Por Josep-Francesc Valls, catedrático ESADE Busines & Law School
Estoy dándole vueltas al tema del dinero y la felicidad a raíz de la publicación de varios estudios sobre cuán contentos vivimos. ¿Soy más infeliz que el año pasado, como le ocurre a la mayoría de los españoles? Según se desprende de los estudios publicados recientemente por el grupo Win Gallup International relativo a 65 países del mundo y por el Eurostat, los españoles nos hallamos a la cola de Europa (entre la décimo octava y la veinteava posición) en cuanto a ese bien, el más apreciado por los mortales. Por lo que afirman las encuestas, no somos felices, a pesar de tantas palabras que proclaman la presunta salida de la crisis.
En el ranking Win Gallup International, los países más felices de la tierra son Fiji, Nigeria, Holanda, Suiza, Colombia, Finlandia, Alemania, Islandia, Dinamarca y Brasil; Argentina e India alcanzan también una muy buena posición. El continente más contento es África por delante de Asia y América. En esa lista se cuelan una serie de países de rentas mucho más bajas si tomamos como referencia el Índice de Bienestar de la OCDE. Sólo permanecen fijos en ella Suiza, Holanda, Finlandia, Islandia y Dinamarca; estos países son tan felices como ricos. La primera conclusión es que además del dinero existen otros muchos componentes de la felicidad. De lo contrario, ese ranking estaría copado por los países más ricos. La categoría felicidad se hallaría para muchos por encima del factor riqueza. Pongamos por caso el de aquella persona que no es capaz de valorar extremadamente el dinero porque no alcanza ni a imaginar una vida con mucho. A pesar de que la percepción del bienestar es subjetiva, en los tres estudios de referencia se barajan una serie de conceptos asociados a la felicidad, tales como elementos personales, sociales, económicos y de estilo de vida. Entre los personales, se encuentran la autoestima y el sentirse valorado, la salud, la convivencia, la seguridad personal, la vivienda digna, el empleo digno, la conciliación vida laboral y privada o la aspiración educacional. Entre las sociales, la red social mínima, las buenas relaciones con los otros, la reducción de las desigualdades, la actividad cívica y la buena gobernanza institucional, la calidad medioambiental, la calidad comunicativa o el acceso a las innovaciones y tecnologías. Entre las económicas, los ingresos dignos o la capacidad de mejorar. Entre las de estilo de vida, la oportunidad de desarrollar las creencias y sentimientos propios en cualquier lugar, en cualquier circunstancia.
Pues bien, cada persona desarrolla su propio concepto de felicidad mezclando estos elementos. Por eso, un africano con una amplia red social en su poblado se siento más satisfecho, a pesar de vivir con 2 dólares al día, que un europeo de 60 mil euros de renta per cápita anual que vive solo; o una tasa de paro elevada, las desigualdades sociales o un solo desahucio genera insatisfacción en amplias capas de la población y les entristece.
Por eso, medir la felicidad por países entraña sus riesgos. Cada persona, cada grupo sociodemográfico, cada colectivo, cada estilo de vida mezcla distinto y muchas veces opuestamente. Es verdad que los estados de opinión pueden ser nacionales y de este modo nos entendemos los humanos y competimos por todo. ¿MI felicidad, como la de los españoles? ¿Mi felicidad, como la de los europeos? Existen rasgos parecidos, pero los españoles y los europeos mezclan diferentemente estos elementos y yo a mi vez los compongo a tenor de los valores en los que milito; me acerco o distancio de la media en cuando coincido o no con la mayoría. Mientras reflexionaba sobre el dinero y la felicidad, he abierto en YouTube el video “Sé feliz” del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, que estos días nos invita a ello. He seguido su consejo, y he querido rellenar personalmente la encuesta sobre la felicidad. A pesar de mi confortable posición de profesor de escuela de negocios, la puntuación obtenida, no se lo puedo negar, ha resultado francamente mediocre, por debajo de las española y la europea.