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Tribuna
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Griegos independientes e inmortales

El hombre es inmortal, así que puede lograr su salvación en el más allá. Pero el Estado no es inmortal, su salvación tiene que lograrla aquí y ahora”. El pueblo griego, mortal e inmortal, ha decidido hacer suya la frase del cardenal Richelieu para dejar de creer en el más allá de la troika y convencerse de que la única salvación para su colapso económico e institucional era un cambio de rumbo en las urnas.

La contundente victoria de Syriza en las elecciones (149 escaños) y el apoyo de los Griegos Independientes de ANEL (13), han permitido que Alexis Tsipras sea elegido primer ministro de un Estado intervenido institucionalmente y que, tras los sucesivos fracasos de los partidos tradicionales, la corrupción y la negligencia socioeconómica, es identificado internacionalmente como el símbolo de la crisis europea.

Tal situación de debilidad política y desencanto social ha sido recogida por los dos principales partidos de nuevo cuño. Por la cuenca de la izquierda ideológica aglutinados en la coalición radical victoriosa y por la derecha en la agrupación nacionalista ANEL. El euroescepticismo y la renegociación de la deuda son los argumentos que les han unido.

El líder de Syriza deberá explicar ahora desde el Gobierno y con los hechos si el calificativo de radical de la coalición se refiere a las modificaciones radicales que quieren realizar en los organismos y estrategias que ha asumido, de manera soberana, su Estado dentro de la Unión Europea. O si por el contrario su radicalismo quiere destruir el entramado institucional y democrático que hemos creado en Europa en los últimos 70 años, tal y como no se cansa de repetir el líder de Podemos en España.

Pero aunque Pablo Iglesias se haya intentado apuntar el tanto de la victoria en Grecia, la situación económica y política no es en absoluto equiparable a la de nuestro país. Además de que las duras reformas del Gobierno español están dando los primeros resultados, el triunfo de Syriza no ha sido una sorpresa porque la coalición se había convertido en la fuerza dominante de la izquierda griega desde que las anteriores elecciones obtuviera 71 escaños y dejara al Pasok al borde de una catástrofe política que finalmente tuvo lugar el pasado domingo.

Aun así, la crisis de la socialdemocracia y de los sectores moderados en Europa es un fenómeno sobre el que los líderes políticos deberían de reflexionar. En primer lugar, para hacer conciliable el crecimiento económico y la atención a los sectores más afectados por la recesión. Y en segundo lugar, para paliar el desequilibrio social que produjeron los años festivos de la bonanza económica y que ha empeorado aún más durante los largos y deprimentes años de la crisis. Los griegos le han pedido a la Unión Europea que no les desahucie, pero a sus partidos tradicionales les han pedido que no les humillen más tiempo con la mentira y la corrupción.

Pero el futuro de este experimento eurocrítico que está protagonizando el país balcánico del sur no podrá evolucionar más allá del euroescepticismo que une a los actuales griegos independientes y radicales. Porque a las dos agrupaciones coaligadas les separan asuntos tan relevantes como el tratamiento a los inmigrantes, las relaciones entre el Estado y la Iglesia ortodoxa griega o la política exterior. Cuestiones tan trascendentes como la pertenencia de Grecia a la OTAN y la creciente tensión entre los aliados y el muy poco ortodoxo Gobierno ruso. O como la cuestión de Chipre, que significa el rechazo histórico de los griegos a la entrada de Turquía en Europa y mantiene un conflicto abierto entre ambos Estados.

Aunque el cardenal Richelieu no se refiriera a ella, la Unión Europea tampoco es inmortal. Y sería deseable que de momento nadie intentara salvarla aquí y ahora. Y tampoco destruirla. Ni por la derecha fascista que aflora en el seno de los países acreedores de la Unión ni por la izquierda frentepopulista que emerge y se consolida en los países deudores. La reacción de la prensa europea, de los mercados y de los líderes europeos ha sido unánime ante el histórico triunfo de Syriza: moderación.

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