Una caída de precios que no es un riesgo
La economía española continúa exhibiendo síntomas de resistencia en medio de una Europa que se estanca en su actividad. Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) revelan que en el tercer trimestre de 2014 España creció un 0,5% –una décima menos que el segundo–, pero por encima de los datos previstos para Francia, Italia y Alemania y solo superada por Reino Unido. Las tres economías más grandes de la zona euro –Alemania, Francia e Italia– están creciendo por debajo de España, sumidas en un enfriamiento económico que constituye un peligro también para nuestro país, pero que de momento no ha cruzado la línea de los Pirineos.
Otro tanto ocurre con el fantasma de la deflación, del que ha advertido en más de una ocasión el presidente del BCE, Mario Draghi, y que en los últimos tiempos se ha convertido en un riesgo real para la economía europea. A la vista de la evolución de los precios en nuestro país, España no está técnicamente en situación de deflación, pese a que en algunos sectores se haya producido una caída sostenida de precios, como es el caso del mercado de distribución alimentaria. Las empresas de alimentación y bebidas han visto caer precios hasta en seis ocasiones a lo largo de los últimos 12 meses, lo que ha desatado la alarma de quienes interpretan esa evolución a la baja como una antesala de deflación en España. Sin embargo, para que ello se produjese, la caída de precios debería darse largo tiempo y en todas y cada una de las partidas de la cesta de la compra y no únicamente en algunas de ellas, como ha ocurrido hasta el momento.
La explicación al descenso de precios que vive el mercado de la distribución hay que buscarla en la fuerte competencia que se ha desatado en el sector y que ha llevado a las compañías a sacrificar márgenes en favor de las ventas. A ello hay que sumar también factores demográficos –España está perdiendo población, mayoritariamente extranjeros que regresan a sus países de origen– y factores agrícolas –buenas cosechas y, por tanto, excedentes de producción– que están contribuyendo también a rebajar los precios de este segmento.
Más que un síntoma de alarma, la guerra de precios en el mercado alimentario es un signo de la buena salud del sector y de su traslado a una competencia fuerte y reñida que beneficiará en último término al consumidor español. Pese a que el segmento aboga por avanzar hacia un modelo de venta que no se sustente tanto en el factor precio, las familias españolas han tenido que hacer –y siguen haciendo– un severo proceso de ajuste de gasto que explica la importancia que ha cobrado esta variable en las decisiones de consumo. Una importancia que se reducirá a medida que mejore la situación económica de España, pero que de momento continúa siendo un factor clave.