Moleskine, toda la vida como compañera de viaje
"Era un café simpático, caliente y limpio y amable, y colgué mi vieja gabardina a secar en la percha y puse el fatigado sombrero en la rejilla de encima de la banqueta, y pedí un café con leche. El camarero me lo trajo, me saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir”, narraba Ernest Hemingway en París era una fiesta, sus memorias póstumas.
Aquel cuaderno que solía sacar, un sencillo rectángulo negro de puntas redondeadas con una goma elástica que sujetaba las cubiertas, era similar al utilizado en los dos últimos siglos por otros artistas e intelectuales, desde Vincent Van Gogh a Pablo Picasso, nada menos, aseveran sus actuales fabricantes.
Hubo que esperar hasta mediados de los años 80 del siglo pasado, sin embargo, para que el escritor, aventurero e incansable viajero inglés Bruce Chatwin las bautizara como “Moleskine”, algo así como “piel de topo”, en alusión a su característica encuadernación en hule negro.
“Perder el pasaporte era la menor de las preocupaciones de uno, perder un cuaderno era una catástrofe. Durante aproximadamente veinte años de viajes, sólo perdí dos. Uno desapareció en un autobús afgano. El otro lo confiscó la policía secreta brasileña”, rememoraba Chatwin en Los trazos de la canción, relato de sus andanzas por Australia.
Cronología
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1881. Vincent Van Gogh utiliza algunos cuadernos similares a los que actualmente fabrica Moleskine para realizar los primeros bocetos de sus obras. Algunas de estas libretas han sido mostradas en el museo de Amsterdam que lleva su nombre.
1921. Ernst Hemingway se instala en París por primera vez, donde toma por costumbre sentarse en los cafés a escribir en sus libretas. Así lo relata en sus memorias póstumas, París era una fiesta.
1987. Bruce Chatwin publica Los trazos de la canción, donde cuenta su íntima relación con las libretas encuadernadas en hule negro, de las que compró un centenar al enterarse de que la fábrica familiar en la que se producían dejaba de funcionar.
1995. La profesora Maria Sebregondi de Roma se interesa por la obra de Chatwin y los bocetos de Picasso y se propone resucitar sus cuadernos.
1997. La editorial milanesa Modo & Modo registran la marca Moleskine y empiezan a fabricar de nuevo los cuadernos.
2006. Un fondo de inversión de Société Générale, más tarde conocido como Syntegra capital, compra Modo & Modo.
2013. Moleskine comienza a cotizar en la Bolsa de Milán.
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En la obra, el británico explicaba que antes de partir adquirió un centenar de estas libretas alertado por la dueña de la tienda donde solía comprarlas, en la parisina Rue de l’Ancienne Comédie, de que el pequeño taller familiar donde se fabricaban, en Tours, había cerrado y hacía vaticinar la extinción de sus apreciados cuadernos.
Fue una lectora de Chatwin, la profesora romana Maria Sebregondi, quien en 1995 se propuso resucitar estos particulares libros de notas. Dos años después, gracias a su ahínco, la editorial milanesa Modo & Modo registraba la marca Moleskine y comenzaba a comercializarlos de nuevo por todo el mundo.
En 2006, la compañía fue adquirida por un fondo de inversión del banco galo Société Générale, que posteriormente pasó a llamarse Syntegra Capital, y contó con inversión de la firma suiza de capital riesgo Index Ventures.
Manteniendo la sede en Milán, el grupo abrió Moleskine America en 2008; Moleskine Asia en 2011, que gestiona por completo Moleskine Shanghai así como Moleskine Singapore; así cómo Moleskine France y Germany en 2013, todas ellas sociedades filiales participadas al 100% por la matriz italiana.
Actualmente, el grupo cuenta con unos 200 empleados y está presente en 105 países. En constante expansión, la compañía protagonizó su salto al parqué de Milán en abril de 2013, alcanzando los 2,28 euros por acción, si bien actualmente cotiza en el entorno de los 1,3 euros.
“Los cuadernos de notas han sido una enorme plataforma para nosotros, desde la que hemos crecido con rapidez mediante la creación personalizada y las ediciones limitadas, pero somos mucho más que eso”, defienden desde Milán.
“Hoy en día Moleskine es sinónimo de cultura, viaje, memoria, imaginación y personalidad, tanto en el mundo real como en el virtual”, defienden desde la compañía, en la que partiendo del diseño original de los cuadernos de Chatwin o Hemingway han terminado creando “una familia de objetos nómadas” que aparte de las propias libretas incluyen diarios, agendas, bolsas, y todo tipo de accesorios de escritura y lectura.
La compañía, de hecho, ha desarrollado infinidad de líneas de productos inspiradas tanto en su tradición artística y viajera, como en la cultura moderna. Así, hoy es posible encontrar una Moleskine a medida, que puede ir desde la clásica encuadernación negra a modelos estampados con mapas pasando por diseños inspirados en referentes tan diversos como El Principito, La Guerra de las Galaxias o Los Simpsons. En 2012, último año del que hay datos disponibles, vendió 15 millones de libretas, con unos ingresos totales de 78 millones de euros, que subieron a 87 millones en 2013.
“Son objetos que nos siguen allá donde vayamos y nos identifican en cualquier parte del mundo. Con Moleskine, la antigua usanza del apunte y el boceto, más típica de la era analógica, ha encontrado espacios inesperados en la web y en las comunidades virtuales”, sostienen desde Milán.
En este sentido, la empresa destaca su reciente asociación con los bolígrafos inteligentes (smartpens) de Livescribe. A través de la aplicación “Livescribe+”, los apuntes tomados con uno de estos bolígrafos sobre un cuaderno Moleskine son simultáneamente digitalizados logrando un atractivo matrimonio entre la experiencia de la escritura analógica y la funcionalidad digital. Toda una garantía para que, le pase lo que le pase a su pasaporte, sus notas de viaje prevalezcan en el tiempo.
Compromiso con la naturaleza y los jóvenes talentos
Diseñadas en Italia, y fabricadas en China, las libretas Moleskine están producidas basándose en la búsqueda de los máximos estándares de “belleza y calidad”, defienden desde la firma. La compañía asegura que sus proveedores son revisados anualmente para garantizar el máximo respeto a los derechos laborales y que los materiales, procedentes de Italia, Francia, Japón, Corea del Sur, Vietnam, China y Taiwán, ofrezcan la mayor calidad. Moleskine, por ejemplo, fabrica sus productos con papel sin ácido, que evita que las hojas se amarilleen con el tiempo y se deterioren.
En paralelo, la empresa reivindica su compromiso con el medio ambiente y está certificada por Forest Stewardship Council International, una organización sin ánimo de lucro que promueve una gestión forestal responsable en todo el mundo.
Del lado de la responsabilidad social corporativa, Moleskine también participa en diversas iniciativas enfocadas a dar apoyo a jóvenes creativos, con programas en Nueva York, Milán, Tokio, Roma, San Francisco, Estambul, Venecia o Shanghái, entre otras ciudades. Además de ello, Moleskine ha creado la asociación sin ánimo de lucro Lettera27, que defiende el derecho a la educación y el acceso al saber mediante programas sociales con especial actividad en aquellos países en que la cultura resulta menos accesible.