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Tribuna
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Sic transit gloria mundi

Nada es más efímero que la propia vida. Contingente. Así pasa la gloria del mundo, lo efímero en suma de los triunfos. No cabe duda que la vida, la obra y la historia misma de Emilio Botín, es una vida de triunfo, de historia, y sobre todo, de poder. Mucho poder. Banquero, a la vieja usanza pero con la inteligencia de saber leer los tiempos y por tanto ser lo suficientemente averso al riesgo como para superarlo y coquetearlo con él con una estrategia extraordinaria e inteligente de diversificación y máxime de internacionalización. Adelantarse al momento, testar la oportunidad, atraparla. Lo hizo para pasar de un banco local-regional, como era toda la banca española del momento, a un banco global. De un banco de provincias a un banco europeo. Con los grandes. Con los que cuentan. Devora antes que te devoren. Y siempre con el poder, gobernase quién gobernase, al menos desde Felipe González en adelante, han sido máximas de acción, de comportamiento y de conducta. Apoyó públicamente, antes y durante la presidencia de socialistas y populares. Sintonía que no sinfonía. Audacia en todo caso. Estrategia financiera, arte de la guerra financiera. Revolucionó la banca, los métodos, los productos, los buenos y no tan buenos, algunos de los que se vio envuelto en procesos judiciales, y compitió en una liga que se antojaba inalcanzable para España. Lo hizo con éxito. En su cabeza la cuenta de pérdidas y ganancias de su banco, el Santander. De sus miles de oficinas. Un banquero irrepetible. Hombre de poder, al que se arrimaban los políticos a sacarse la foto buscando su apoyo público. Un emporio, una fundación, una ciudad financiera, un mecenas, una obra: el Santander. Una bandera, España. Un color, el rojo pasión. La pasión de una vida entera. Sin prisa para la sucesión. Había tiempo, pero el tiempo acaba devorándonos a todos. Sic transit gloria mundi.

Austero, ambicioso, astuto, estratega, audaz, valiente, decidido, determinado, con coraje y empuje perfilan su vida, su tarea única y ciclópea, erigir un banco de referencia, respetado y con peso, nombre y prestigio en el mundo financiero. Una vida de entrega y abnegación a su banco. Tenacidad y rigor, esfuerzo y constancia. Riesgo y decisión. Irrepetible. Liderazgo fuerte e inteligente, el mismo que hace que con una participación pequeña e ínfima ante los millones de acciones que tiene la entidad sea el presidente y lo sea incuestionadamente. Unión hipostática entre un apellido y un banco. Rodearse siempre de equipos y gestores sagaces, buenos y ante todo, leales. Hombre de pocos amigos y del que nada se sabía de su vida privada.

Vocación de banquero, hambre de banquero, ambición de banquero. Europa y el mundo. Tenacidad y voluntad inquebrantable. Ejemplo de que todo se puede, sólo es intentarlo, quererlo, esforzarse y una dosis de suerte. La misma que siempre tuvo. La que le brindó un instinto de supervivencia que partía de saber adelantarse a su tiempo. Rompió el mercado de cuentas, de depósitos, de hipotecas, de intereses cuando la arterioesclerosis de la banca de los ochenta estaba tan paralizada como inane en su conformismo. Se fusionó, compró y devoró. Fue dinámico, ágil, flexible y audaz en las decisiones. El tiempo es consejero pero también enemigo si uno se estanca. Pagó ingentes cifras millonarias a quiénes fueron sus grandes directivos o lo fueron por años o meses tras operaciones corporativas de fusión. Contrató a los mejores equipos de gestores y estrategas, analistas y jurídicos. Y salió triunfante de envites y situaciones. Dio el salto al Reino Unido. A Europa, América y Estados Unidos.

Se acaba una forma de ser banquero, tradicional, comercial y de inversión, de crecimiento y expansión. De riesgo y de internacionalización. Banquero de cuaderno de anillas y anotación, de una cabeza volcada para el negocio y la empresa. Se va un gran mecenas para la formación, la educación, el arte y la cultura además. Orgulloso de ser cántabro, pero sobre todo, español. Sin complejos. Hombre de su tiempo y en su tiempo. Conocía el pulso de la realidad social y económica. Los problemas de este país desvencijado en ocasiones y aguijoneado por algunos. Y a esa capacidad, a esa forma de ser y conformarse modulado por los años, le acompañó, qué duda cabe, un carisma arrollador. El carisma que atesoran muy pocas personas. El carisma que convierte a uno en referente, aunque sólo sea mientras se vive. O tal vez también después. El tiempo lo dirá. Sic gloria transit mundi.

Abel Veiga es profesor de Derecho en Icade

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