La afable Lagarde, fuera de peligro
Christine Lagarde podría recoger pronto los beneficios de su tibieza. La dirigente del FMI está siendo investigada por firmar una compensación de 403 millones de euros a un magnate francés cuando era ministra de Finanzas de su país. Dominique Strauss-Kahn, su predecesor en la institución con sede en Washington, y el ex presidente del Banco Mundial Paul Wolfowitz fueron expulsados por mala conducta. Lagarde, sin embargo, tiene pocos enemigos.
Su apariencia inmaculada era parte de su atractivo cuando fue elegida para reemplazar a DSK en 2011. Que su sucesora esté ahora envuelta en un potencial escándalo desde hace seis años está empezando a hacer que los mejores puestos de trabajo en estas instituciones supranacionales parezcan malditos.
No tiene por qué ser algo malo. Lagarde está acusada de negligencia, no de un crimen. El caso gira en torno a 403 millones de euros otorgados en 2008 al empresario Bernard Tapie. Él había alegado que había sido defraudado por el ya desaparecido banco Crédit Lyonnais cuando compró su firma deportiva, Adidas, en 1993. Tapie era un reconocido simpatizante del entonces presidente Nicolas Sarkozy, por lo que los investigadores están intentando determinar si el proceso estuvo políticamente amañado.
Su apariencia inmaculada era parte de su atractivo cuando fue elegida para reemplazar a Strauss-Kahn
Parece que Lagarde autorizó el pago. Unos cargos relativamente modestos podrían ser suficiente para echar a un jefe impopular. Wolfowitz salió del Banco Mundial por un conflicto de interés potencialmente perdonable: la aprobación de un generoso paquete financiero para una novia que trabajaba en la entidad. Pero él ya contaba con pocos amigos en la institución por su papel como arquitecto principal de la segunda guerra de Irak cuando era subsecretario de Defensa para George W. Bush. Su aparente obsesión con la lucha contra la corrupción en lugar de combatir la pobreza le valió más enemigos.
Por el contrario, la escrupulosamente diplomática Lagarde es una gestora aceptable tanto para los altos mandos en el fondo como para los países que más donan. Tampoco las opiniones económicas de Lagarde, en un término medio, han ofendido a nadie. A menos que la investigación Tapie tome un giro inesperado y desagradable, estas cualidades bastante aburridas deberían ser su gracia salvadora.