Juncker: ¿otro Chirac?
Ya sea que los europeos se den cuenta o no, la suerte de la futura Comisión Europea puede resumirse en una sencilla pregunta: ¿es Jena-Claude Juncker, el nuevo presidente de la Comisión, otro Jacques Chirac… o no?
Como recordarán, Chirac se pasó la mayor parte de su vida profesional tratando de alcanzar el puesto más alto, que su caso era convertirse en presidente de Francia. Pero cuando su sueño finalmente se hizo realidad en 1995, el presidente Chirac resultó una gran decepción. En vez de poner a Francia en el rumbo de una reforma sensata, como había prometido desde hacía mucho tiempo (y sus viejos oponentes temían), todo lo que hizo fue titubear. Cuando terminó su mandato, en 2007, el país estaba en peores condiciones. Doce años en el poder habían significado poca reforma.
Jean-Claude Juncker, al igual que Chirac, ha pasado una vida entera preparándose para el puesto más alto, que en su caso es el de presidente de la Comisión Europea. En este tiempo, quien por muchos años fuera primer ministro de Luxemburgo ha sido testigo de todo. Ha visto a la Unión Europea en sus puntos altos y en sus fatigosos puntos bajos.
Juncker ha de ser consciente de que el devenir de la UE está marcado por un anuncio de reforma tras otro
Más que cualquier otra persona de su nivel, Juncker tiene que ser consciente, de una manera muy intensa, de los muchos tigres de papel que la UE ha creado a lo largo de su devenir, que está marcado por un anuncio de reforma tras otro. Y sin embargo, pese a todos estos esfuerzos, lo mejor que se puede decir de la UE en el presente es que, si bien es una historia de éxito en lo general, en la actualidad está en mala forma. Su PIB todavía está por debajo del nivel anterior a la crisis. El desempleo todavía se mantiene en dos cifras. La divergencia en el ingreso per cápita y crecimiento entre regiones y países sigue siendo grande.
Como el señor Juncker sin duda sabe, las metas de Lisboa no se alcanzaron. Lo mismo está a punto de ocurrir con los objetivos de la UE para 2020. El sector financiero no está reformado ni es estable, como nuevamente enfatizan la actual crisis del banco más grande de Portugal y sus efectos colaterales en otros mercados. La inversión, en especial en nuevas firmas pequeñas e innovadoras, es insuficiente. La fortaleza europea en energía renovable y eficiencia energética no se ha transformado en una estrategia y no se usa para exportar conocimiento a otras partes del mundo.
Contra este telón de fondo, en junio el Consejo Europeo adoptó una Agenda estratégica para la Unión en tiempos de cambio. El documento, concebido para definir las “prioridades claves para los próximos cinco años”, establece cinco prioridades dominantes. Sin embargo, estas están solo vagamente relacionadas con la actual estrategia UE 2020.
Si bien la última estrategia estaba concebida para funcionar por otros seis años, una revisión intermedia ha revelado que Europa no alcanzará las metas previstas para el 2020 en alivio de la pobreza, innovación y educación. Además, anda muy perdida en cuanto a limitar las emisiones de carbono en el grado requerido por la hoja de ruta energética para 2050. La agenda estratégica no dice nada respecto a si se deben aumentar los esfuerzos para alcanzar las metas o la forma de hacerlo.
Lo que ha faltado a la UE es la capacidad para completar sus iniciativas y ejecutar sus planes
Además, no se proponen estrategias para reestructurar y estabilizar el sector financiero ni para facilitar el financiamiento para empresas pequeñas y medianas. Tampoco se menciona que el dinero del Banco Europeo de Inversiones y los Fondos Estructurales no se gasta por falta de proyectos o de creatividad. Una estrategia para el futuro que no aborda los fracasos del pasado tiene una base muy débil.
Del lado positivo, la agenda estratégica atiende varios asuntos importantes que no están cubiertos por Europa 2020. El combate del fraude y la evasión fiscales no había ocupado un lugar muy alto en la agenda europea hasta ahora. La desigualdad creciente se presenta como un hecho y “revertir las desigualdades” como una meta (aunque metida de contrabando en la prioridad “empoderar y proteger a todos los ciudadanos”). La llamada para un clima empresarial ha de ser bien recibida, igual que se debe hacer con la petición para facilitar la movilidad laboral en campos con vacantes persistentes. Eso debe ser positivo tanto para Europa del Sur como para Alemania.
Pese a la sombría apariencia de todo esto, el señor Juncker está mejor equipado que cualquier otra persona para manejar la falta de cumplimiento y resolución por un sencillo motivo: estaba presente en la creación de, virtualmente, cada una de las iniciativas. Si Europa tiene suerte y si el señor Juncker tiene agallas, desplegará todo ese conocimiento, abandonará la política habitual en Europa y se convertirá en una figura transformadora.
Lo que le ha faltado a la UE es la capacidad para completar sus iniciativas y ejecutar sus planes. El hacer concesiones, en especial del tipo de avanzada la noche en Bruselas, puede ser el elixir de la política; sin embargo, puede ir en detrimento de la creación de una economía orientada al crecimiento, que crea empleos y mejora las perspectivas a largo plazo de los europeos. Con esa vara se medirá al señor Juncker y a sus compañeros comisionados.
Con suerte, el nuevo presidente de la Comisión recordara la vívida lección del señor Chirac.
Karl Aiginger es director del Instituto Austriaco para Investigación Económica y coordinador del programa de investigación en bienestar, salud y trabajo para Europa.