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Lo probamos: recorrido privado por el Thyssen-Bornemisza

Visitar un museo sin público, una experiencia distinta

El silencio y la ausencia de público le confieren un aura casi mágica a cada cuadro El recorrido de las visitas lo decide el cliente

Pablo Monge
Manuel G. Pascual

En los museos hay obras de arte, pasillos, vigilantes de seguridad... y centenares de personas. Batallar con el resto del público por contemplar durante unos segundos algún cuadro o escultura pone a prueba los nervios del más motivado de los visitantes. Por eso recorrer una pinacoteca del nivel del Museo Thyssen-Bornemisza con la única compañía de un guía es una experiencia radicalmente distinta a la que asociamos con los templos de la cultura.

Pablo Monge

Sin gente, los pasillos se hacen más largos; las salas, más amplias. El ambiente es casi mágico. El silencio, solo interrumpido por el eco de nuestros pasos y los concisos comentarios del experto que nos acompaña, le confiere una entidad nueva a cada uno de los cuadros que decoran las paredes. De repente, parece que un amigo nos está enseñando su casa. Alguien capaz de reunir cuadros firmados por Van Eyck, Durero, Caravaggio, Canaletto, Rubens, Van Gogh, Kirchner, Picasso, Dalí, Kandinsky o Pollock, entre otros. Contemplar a solas algunas de las obras que hemos estudiado en el instituto, moviéndonos a nuestro antojo, de aquí allá, sin más obstáculo que la propia prisa, no tiene precio.

Mejor dicho: sí lo tiene. En el caso del Thyssen-Bornemisza, se puede reservar una visita privada y guiada desde 1.000 euros (de lunes a viernes y antes de las 10.00 horas) para hasta 25 personas. El coste puede llegar a los 15.000 euros, dependiendo de la época (verano y resto del año), zona (colección permanente o temporal) y momento (mañana o noche, diario o festivo). También es posible celebrar eventos en el vestíbulo o en la terraza.

Los experimentados guías del museo, como María Corral, ofrecen distintas formas de recorrer los fondos de la colección privada de arte más importante del país. Repaso de las obras maestras; fijarse en detalles concretos, como trajes y vestidos, colores, o animales que aparecen en los cuadros... Las posibilidades son casi infinitas. Igual que la desazón de volver a un museo lleno de gente tras vivir esta experiencia.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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