10 años del big-bang
El 1 de mayo de 2004 se llevó a cabo la mayor ampliación en la historia de la UE, que pasó de 15 a 25 socios de un golpe.
Diez años después de aquel big-bang, la renta media de los nuevos socios sigue siendo la mitad que la de los antiguos. Pero unos y otros parecen haber salido beneficiados de la estabilidad política y económica lograda con la integración del continente.
A la luz de lo que acontece ahora en Ucrania, también ha quedado claro que la velocidad de aquella ampliación exprés solo fue posible gracias al despiste de una Rusia enfrascada en su propia regeneración (proceso que, por cierto, no ha concluido).
Polonia, el mayor de los 10 países que ingresaron en 2004, "es el que ha aprovechado mejor las oportunidades de su pertenencia al club europeo", según proclama el Gobierno de Varsovia con motivo de los actos conmemorativos de esta semana. Según sus datos, el PIB polaco ha aumentado un 48,8% desde 2004.
El cambio de Polonia salta a la vista para cualquier persona que haya visitado el país antes y después de 2004. Y seguro que no ha pasado desapercibido a sus vecinos de Ucrania, cuya economía andaba casi a la par de la polaca en 1990, cuando se desintegró el bloque soviético. Entonces, según recuerda Charles Grant, del Centre for European Reform, "la economía polaca era solo un 20% mayor que la ucraniana; en 2012 la triplicaba".
Otros países más pequeños, como Eslovaquia (que se ha convertido en uno de los mayores fabricantes de automóviles del mundo), Estonia o Lituania han cosechado avances de PIB similares a los de Polonia (en términos de porcentaje). El otro país báltico, Letonia, cayó víctima de la crisis financiera, pero una vez superada ha conseguido incorporarse al euro (el pasado 1 de enero).
Pero Polonia incluso ha logrado frenar la caída de población que registró hasta 2008, y en los últimos seis años ha ganado casi medio millón de habitantes hasta situarse en los 38,5 millones.
"Diez años después, solo podemos estar orgullos del poder transformador del proyecto europeo", señaló ayer (28 abril) el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, en Bratislava. "Los 10 países eran muy diferentes (...) pero les unía la convicción de que, ahora, podían ser dueños de su destino", añadió Barroso tras ser investido doctor honoris causa por la universidad de la capital eslovaca.
En estos años también ha desaparecido la reticencia que parte la población polaca parecía albergar hacia Bruselas, a la que tal vez consideraban como el relevo de la tutela de Moscú. Los atrincherados gobiernos de los Kaczynski han dejado paso a un ejecutivo presidido por Donald Tusk, quien puede presumir de excelentes relaciones en las grandes capitales europeas, Berlín entre ellas.
La misma evolución política ha seguido la República Checa, el país más rico (en términos de PIB per cápita) de los siete del antiguo bloque soviético que ingresaron en la UE hace 10 años. Praga acaba de suscribir incluso el Tratado de Estabilidad y Convergencia que, junto al Reino Unido, se había negado a firmar en plena crisis. Londres ha perdido así su último aliado "euroescéptico" en el Este.
Budapest se queda atrás
Hungría se perfila como el país perdedor de la ampliación, a pesar de que partía con unas condiciones aparentemente muy favorables. Desde 2004, su PIB solo ha crecido un 20%, tres veces menos que en la década anterior al ingreso en la UE.
El Gobierno de Budapest, con Viktor Orban a la cabeza, se ha convertido además en el socio más problemático de la UE, con continuos enfrentamientos con Bruselas. Y eso que Orban es vicepresidente del Partido Popular Europeo, la formación a la que pertenecen los principales dirigentes bruselenses (como Van Rompuy y Barroso) y muchos gobiernos nacionales.
En la Hungría de Orban laten los síntomas de lo que podría ser una peligrosa deriva política en el seno de la UE, contenida por ahora gracias, precisamente, a las normas europeas. Pero habrá que ver si esas normas resisten la embestida.
La otra gran sombra de la ampliación, aunque fuera de la antigua esfera soviética, es Chipre. La isla adoptó el euro en 2008 y ha acabado con un corralito que ya dura más de un año y con un rescate que impuso pérdidas incluso a los titulares de depósitos bancarios de más de 100.000 euros. El pequeño país ha quedado sumido en una gran recesión de la que tardará tiempo en recuperarse.
Eslovenia, que fue el primer país de la ampliación en renunciar a su moneda (en 2007) también estuvo a punto de caer en el rescate, pero por ahora se ha librado. Malta, por último, ha pasado la década sin llamar demasiado la atención, salvo que su comisario europeo tuvo el dudoso honor de ser el primero y único forzado a dimitir por las sospechas sobre un caso de corrupción.
Foto: Escultura de Vladimir Skoda, Sin titulo (2009-2012), expuesta en Atelier 340, Bruselas (B. dM., febrero 2013).