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Incapacidad de llegar al público es la carencia de ejecutivos

Clases para aprender a no hablar al cuello de la camisa

Los directivos improvisan y arrastran un agudo sentido del ridículo. Los expertos recomiendan personalizar los mensajes

Algunas escuelas de oratoria enseñan a ejecutivos, empresarios, abogados e incluso a adolescentes a hablar en público.
Algunas escuelas de oratoria enseñan a ejecutivos, empresarios, abogados e incluso a adolescentes a hablar en público.Alberto Ruggieri

“La gente ya pone cara de terror desde que empezamos a quitar las mesas de la sala para los ejercicios de voz. Me preguntan: ‘¿Pero cómo, que vamos a hablar y estamos caminando?”. La observación es del actor y pedagogo Luis Sampedro, dedicado, cuando no actúa, a enseñar cómo hablar en público a ejecutivos. Para este argentino, “el principal problema en España sigue siendo un sentido del ridículo muy exacerbado. Se nos educa el pensamiento lógico, pero el creativo es muy escaso”. Creatividad es lo que necesitan ahora las empresas. Ya no valen únicamente discursos bien aprendidos, sino poner de uno mismo para que el mensaje cale en un momento de desafección generalizada hacia las empresas y la política.

“Se necesita recuperar la confianza, ahora se busca naturalidad y los gestos planificados ya no sirven”, comenta Gemma Lligadas, formadora y directora de argumentación y oratoria en la escuela de negocios ESADE. Lo primero que observa esta experta es que los futuros abogados y directivos llegan al aula con tics. En ESADE, hablar para otros es parte de la formación reglada desde hace una década, uno de los escasos centros que sitúa saber hablar en público en sus grados al mismo nivel que asignaturas más sesudas. Pero en España en general esta sigue siendo la gran asignatura pendiente de directivos y políticos que, bien improvisan, bien encorsetan sus discursos para vencer el pánico escénico y mantener la sensación de control.

Muy por delante se colocan Reino Unido y Estados Unidos, reyes del dominio de la palabra en público. “Estos países entendieron hace mucho tiempo que la comunicación es estratégica, de ella depende en gran medida la reputación de la compañía”, indica Jorge Peidrió, formador de portavoces en IE Business School. Por sus clases pasan alcaldes, consejeros delegados de grandes compañías o de diputaciones, donde se les asesora sobre cómo dirigirse a los medios de comunicación. Peidrió es contundente sobre la falta de habilidades comunicativas. “Incluso dentro de las compañías del Ibex 35 hablan sin ninguna preparación, no miden sus palabras, dicen lo primero que les pasa por la cabeza”. Saber lo que se dice repercute no solo en la imagen de la empresa, sino en su valor, aunque resulta difícil hacerlo tangible. “¿Cómo se valora si la buena gestión de una crisis tiene impacto en el negocio?”, se pregunta.

Desconexión e incapacidad de llegar al público son las principales carencias de ejecutivos y políticos. El antídoto: soltarse, personalizar lo que se va a decir y tener capacidad de empatía. “¿Digo esto porque lo dice el jefe o porque lo digo yo?”, matiza Sampedro. Gemma Lligadas, de ESADE, reconduce el gesto planificado de sus aspirantes a abogados y empresarios y les enseña a hacerlo suyo. “Los mensajes que triunfan, los que se te quedan, son los más personales y eso se consigue con trabajo”.

Ni chillar, ni callar

Hablar en público es básicamente seducir, matizan los expertos. Para conseguirlo, hay que prepararse, al no valer las recetas enlatadas y homogéneas.

Lo primero es dominar el propio cuerpo. Si se está en un auditorio grande, se impone saber proyectar la voz. Si, al contrario, la exposición se realiza en un espacio pequeño, habrá que tener cuidado de no acabar chillando entre extraños. Si se es bajito, lo mejor será prescindir del atril, y si se es muy alto, colocarse de forma que la propia presencia no imponga. ´

Y por supuesto, cuidar el aspecto. “Si al sentarse el orador deja enseñar los pelos de las piernas, se acabó, a partir de ahí da igual lo que diga, no tendrá ninguna credibilidad”. Un despiste que será difícil que ocurra, por ejemplo, a los altos directivos, “quienes se exponen muy poco”.

El “ya saldrá” habitual entre ejecutivos no sirve en un mundo globalizado y en inglés. “Alguna vez algún directivo dice: ‘Tengo a gente muy buena, tanto como en otros países, pero a los míos les da miedo y no saben transmitir lo que saben”, comenta Mónica de las Heras, cofundadora de la Escuela Europea de Oratoria en Madrid. Para esta especialista, autora del ensayo El secreto de Obama, donde desgrana el talento del presidente estadounidense para emocionar en sus discursos, lo que aún les falta a dirigentes políticos y empresarios es saber gestionar las propias emociones. En un país chillón como es España, “a Obama se le ha copiado el marketing pero no su tranquilidad. Aquí los políticos siguen crispados”. En sus clases, cuando pregunta a sus alumnos si algún político les ha emocionado por sus intervenciones, salen los viejos nombres: Julio Anguita, Felipe González, Adolfo Suárez. ¿Y ahora? “Ninguno. No se muestran como personas, se ponen una máscara. Lo suyo sería que cuando hablan de desahucios realmente lo sintieran”, remacha.

Incluso en Francia, un país que sabe expresarse, el presidente galo, François Hollande, considerado brillante pero sin gancho, ha entregado recientemente la pluma de sus discursos a uno de sus consejeros políticos experto en música negra y rap. En La Escuela Europea de Oratoria se enseña a escribir discursos, “una profesión muy poco conocida que se encarga normalmente a quien pueda hacerlo, pero no a quien mejor sabe”, concluye De las Heras. Todos coinciden en que internet ha espoleado la necesidad de empresarios y políticos de saber hablar en público. “Interesa hacerlo bien porque se va a ver de forma masiva”.

Evitar ser agresivos, empatía, ser flexibles y estructurar bien el discurso son algunas de las enseñanzas. Porque muchos de los que llegan a sus aulas no saben ni dónde colocar las manos. “Si las metes en los bolsillos, ya estás delatando que estás nerviosísimo”, concluye Gemma Lligadas, de ESADE. Y luego, reírse de uno mismo, algo que tampoco abunda aquí.

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