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Editorial

La UE y EE UU deben impulsar el comercio

Barack Obama pisará mañana por primera vez los pasillos de las instituciones europeas en Bruselas, una capital que acogió con alivio su elección en 2008 pero que ha esperado durante más de cinco años la visita del actual presidente de EE UU. Los avatares de la política internacional han querido que sobre esa primera cita en la capital europea pese la crisis de Ucrania y la invasión rusa de Crimea. Ambas partes deben mantener la respuesta conjunta a Moscú, basada en sanciones personales contra dirigentes rusos. Pero ni Obama ni sus anfitriones, el presidente del Consejo de la Unión Europea, Herman van Rompuy, y el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, deben perder de vista la agenda a más largo plazo de unas relaciones esenciales para la economía mundial.

El año pasado, Bruselas y Washington pusieron en marcha la negociación del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP, en sus siglas en inglés) para potenciar esa área hasta convertirla prácticamente en un espacio único para el tráfico de mercancías, servicios e inversión. Un proyecto de liberalización sin precedentes entre los dos continentes para aprovechar el enorme potencial de un mercado con 800 millones de personas, muchas de ellas en los países con mayor nivel de vida del mundo.

Las negociaciones de ese acuerdo avanzan a buen ritmo a nivel técnico, pero necesitan un impulso político que reafirme los objetivos y supere las diferencias surgidas en los últimos meses. En primer lugar, Obama necesita despejar las reticencias provocadas a este lado del Atlántico por el programa de espionaje de la NSA. Para Europa no solo se trata de una violación de la intimidad, sino también de un abuso que podría poner en situación de desventaja a las empresas europeas en relación con las estadounidenses. Si no se recupera la confianza, estaría en peligro el desarrollo de una relación que, cada vez más, pasará por el intercambio digital.

La UE también debe ofrecer a sus socios estadounidenses garantías de que el proceso de liberalización será ambicioso y que no estará cuajado de excepciones (culturales, medioambientales, etcétera) que lo vacíen de contenido. Bruselas deberá gestionar con mucho cuidado la negociación para convencer a la opinión pública europea de que el desarme arancelario no supone una rebaja de estándares. Y no olvidar la experiencia del ACTA (el acuerdo internacional contra la piratería), cuya ratificación fue abortada por el Parlamento Europeo tras la virulenta campaña de quienes lo consideraban un atentado a la integridad de internet. Ahora está en juego un mercado transatlántico que mueve 700.000 millones de euros al año, pero en el que Europa pierde peso. En 2006, el 23,2% de las exportaciones europeas iban a EE UU; en 2013 fueron el 16,6%.

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