Una inflación buena y una inflación mala
El índice de precios de consumo se ha estabilizado en los 12 últimos meses, por una intensa caída en los dos primeros meses del año, en los que ha descendido en 1,4 puntos. Las alertas sobre los riesgos de deflación han vuelto a dispararse, aunque pudieran ser una vez más exageradas, si no fuere por el contexto en el que se mueve toda Europa. Mientras que en el Viejo Continente hay cierta, y puede que hasta justificada, preocupación por el aplanamiento de las curvas de precios, en España, aunque registra valores que no tienen parangón histórico desde que existe el registro de precios, la cultura inflacionista empuja a descartar todo temor.
El Banco Central Europeo sigue dándole vueltas a los riesgos de deflación y tiene a punto instrumentos preparados para disolverla; pero en España los agentes económicos siempre han considerado a la inflación el mejor amigo de sus intereses, cuando es la variable que más daña el valor de compra de los salarios, la capacidad competitiva de las empresas y la reserva patrimonial de los ahorradores. La ilusión que genera el incremento nominal de las variables oculta el valor real que destruyen. Pero tal es el apego que se tiene por el alza de los precios a poco que crezca la demanda, que la historia económica de España es un relato de inflación sistemática por la falta de competencia en los mercados y su sistemática corrección vía devaluaciones competitivas de la moneda para restablecer las ventas.
Desde luego que la inflación tiene virtudes para la economía que bien vendría que aflorasen ahora, como es su contribución a reducir el endeudamiento privado y público, puesto que reduce el valor de los compromisos financieros en relación con la renta generada. Sería también un bálsamo fantástico para los ingresos fiscales por el avance nominal de las bases imponibles. Pero el desapalancamiento acelerado y la recomposición de los ingresos públicos dispone de un mecanismo más sólido y más real, que es el crecimiento económico. Y para ello España, inmersa en un inmenso mercado de bienes y manufacturas como es el europeo, precisa sobre todo recuperar niveles de competitividad. Ya ha rescatado vía costes laborales prácticamente todo lo que había perdido desde que entró en el euro, tal como recordó ayer el gobernador del Banco de España en el Foro CincoDías, Luis María Linde; pero intensificaría la ganancia de competitividad vía precios si mantuviese su inflación bajo control mientras crece la europea.
La inflación o desinflación española es fruto tanto de la languidez de la demanda como de la devaluación interna de costes, que permite mantener o ganar márgenes a las empresas incluso bajando los precios. Mantenerla en estos niveles posibilita una moderación prolongada de los costes salariales y en paralelo no destruir su poder de compra para estimular la demanda y generar crecimiento.