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El Foco
Tribuna
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¿Para qué sirven las organizaciones empresariales?

Las asociaciones empresariales fueron creadas para defender las inquietudes y las ideas del mundo de la libre empresa, y eso implica ejercer la crítica desde una total independencia de criterio.

Cuando las patronales no cumplen su función en un sistema económico, sucede algo similar a lo que ocurriría en el mundo judicial si abogados defensores y fiscales no fueran fieles a sus obligaciones: simplemente, el sistema dejaría de funcionar.

Y en el plano de las realidades empresariales ese dejar de funcionar equivale a que no se tomen decisiones favorables al mundo de la producción, porque no hay factores que impelan, obliguen o estimulen a tomarlas al poder político.

Es por esta razón que mientras que hace 25 años, cuando las patronales eran fuertes, hasta los gobiernos de izquierdas adoptaban posturas a favor de las empresas; hoy día, que son débiles, hasta gobiernos que se dicen de derechas toman medidas palmariamente contrarias a lo que necesitan las empresas. La persistencia en el calificativo de derechas e izquierdas es una forma de hemiplejia moral como apuntaba Ortega. La persistencia de esos calificativos contribuye a falsear la realidad actual, ya falsa de por sí, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías.

Las patronales son débiles y los gobiernos de derechas toman medidas contrarias a las empresas

¿Por qué si hace dos decenios los empresarios ponían firmes a un Presidente del Gobierno de España, hoy día son correas de transmisión de intereses políticos?; ¿por qué las organizaciones empresariales han pasado de financiar a los políticos a ser financiados por ellos?; ¿a qué se debe, en suma, esta pérdida de influencia y relevancia?

Habrá quien diga que es mejor así, y que pase a la Historia uno de esos malhadados poderes fácticos que tanto han perturbado el sueño de nuestros progres locales. Pero me temo que no opinen lo mismo cientos de miles, millones de pequeños empresarios y autónomos, que encontraban en las patronales sus últimos valedores, y que al margen de la mejor o peor imagen proyectada, velaban por los intereses de sus asociados y evitaban a menudo males mayores.

La relación empresa-administración necesita más que nunca que sea honesta en sus fines y que delimite sus obligaciones; los servidores públicos deben velar por el interés general y facilitar a quienes crean riqueza, las herramientas adecuadas para cumplir su responsabilidad social, y que ésta se traduzca en trabajo y bienestar para la población.

El empresario no puede abdicar de esta responsabilidad. Si lo hace, está corrompiendo su esencia profesional y moral. Existen muchos empresarios honestos, y existían muchos más, hasta que fueron inducidos a entender, que la viabilidad y desarrollo de su empresa era mejor si se hermanaba con los deseos políticos. Eso es una forma más de corrupción.

Si las empresas no encuentran cauces de expresión independientes y poderosos (sí, he dicho poderosos), las primeras perjudicadas serán ellas, a continuación los asalariados y, en último término, el conjunto de la economía nacional.

Para corregir el rumbo es preciso analizar dónde se han cometido los errores y subsanarlos. He aquí una pequeña lista.

Las patronales son débiles y los gobiernos de derechas toman medidas contrarias a las empresas

Primero y fundamental, en la financiación. Las organizaciones empresariales deben vivir de las cuotas de sus asociados. Ello no implica que no puedan participar en proyectos donde se gestione dinero público, que casi siempre procede de cuotas que han pagado los mismos empresarios. Pero está claro que el Presupuesto ordinario de las organizaciones debe provenir al 100% de las cuotas libre y voluntariamente pagadas por sus representados.

En segundo lugar, deben llegar a las Presidencias de las patronales líderes que no dependan de las concesiones del poder político, sino de gozar del favor de sus clientes y compradores en el mercado libre. Esto les hace inmunes a la hipoteca que supone tener que criticar al mismo político al que a continuación vas a pedir que te de un contrato.

En tercer lugar, las patronales y sus dirigentes deben recuperar la unidad. El asociacionismo en España es libre, desde luego, pero la proliferación de clubs, institutos, consejos, cámaras y no sé cuántas otras organizaciones no coordinadas entre ellas solamente favorece a los enemigos de la libertad de empresa.

La unidad empresarial, que un día se consiguió alrededor de la CEOE, fue una de las claves del gran progreso económico alcanzado en el primer cuarto de siglo de la democracia española, que contrasta con este decadente ir tirando al que nos hemos resignado desde hace un lustro.

Y por último, aunque sin pretender agotar la relación, las patronales deben volver a tomar la iniciativa, sin prejuicios, ni falsos pudores, ni complejos de inferioridad.

Esto además producía en los empresarios un orgullo de pertenencia a su asociación que debe regresar si queremos que paguen una cuota. Y entonces las patronales volverán a ser la última frontera de las empresas y se identificarán con ellas, siempre y cuando hagan ese trabajo arduo, ingrato y desairado que se espera de este tipo de asociaciones.

Hilario Alfaro es presidente de la CEIM.

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