Los fondos vuelven al escaparate inversor
En el pasado mes de enero entró dinero fresco en los fondos de inversión a un ritmo que no lo había hecho nunca en el arranque de un año. Es la señal definitiva que confirma tanto la resurrección de la industria de los fondos de inversión como el giro en el estado de ánimo de los inversores más conservadores, que vuelven a poner su dinero a trabajar en las manos de los profesionales. La espesa niebla que durante los últimos años ha impedido la visibilidad comienza a disiparse y el ligerísimo cambio de las expectativas comienza a llegar a los particulares y se refleja en sus decisiones primarias de inversión. Ya 2013 fue un ejercicio generoso para la inversión en fondos, con un incremento del valor patrimonial del 25%, suficiente como para depositar fundadas esperanzas de que este año también tendrán un buen desempeño. De hecho, la patronal de las gestoras de fondos calculan que al finalizar el ejercicio que acaba de comenzar el patrimonio acumulado por los fondos de inversión podría estar cerca de sus máximos históricos, que hasta ahora está fijado en 420.000 millones de euros en 2006.
El trasvase de dinero de los depósitos tradicionales y de las cuentas corrientes hacia los fondos de inversión tiene un poco de cambio de actitud del ahorrador asumiendo más riesgo, y tiene un mucho de política comercial de la banca para retener la liquidez de los particulares en un momento en el que ya no tiene barra libre para remunerar al ahorro. Tras unos cuantos años con la rentabilidad aplanada en las inversiones, incluso con rentabilidad negativa en muchos activos, los hogares, que en el último año han incrementado en un 20% sus depósitos con unos retornos prácticamente nulos, salvo las excepciones del dinero a plazo, han decidido dejar de ser proveedores de la banca y arriesgar un poco con su patrimonio financiero.
Las llamadas de la industria han surtido efecto en un momento idóneo en el que las posibilidades de elevar la rentabilidad son muchas. Más allá de los fondos monetarios, siempre seguros pero poco generosos en los retornos, ha llegado la hora tanto de la renta fija como de la variable. En el caso de la deuda pública se han despejado las dudas sobre el futuro de la divisa y se ha devuelto la confianza en la capacidad de repago del Tesoro, tanto el español como del resto de los países del sur de Europa, y sigue esperando un recorrido adicional en la bajada de la rentabilidad y subidas de precio de las emisiones para quien quiera recogerlo.
En el caso de las emisiones corporativas, las condiciones se han abierto camino. Las empresas se han desapalancado claramente, han hecho los ajustes de costes, han abaratado la factura financiera por la deuda que mantienen y todo parece indicar que la reanimación de la demanda privada agitará sus ventas y sus resultados. Por lo tanto, sus emisiones de bonos recuperan un atractivo ausente en los últimos años y vuelven a estar en el centro del foco de los gestores de los fondos de inversión colectiva. En el caso de la renta variable, que suele descontar los movimientos que con unos trimestres de retraso hará la actividad económica, ya 2013 ha proporcionado rentabilidades jugosas, y los analistas esperan similares retornos para este ejercicio en conjunto.
Pero la industria tiene que hacer algo más que publicitar las expectativas generadas en torno a la inversión colectiva para atraer dinero y para evitar que vuelvan a quedarse semivacíos los fondos, como ocurrió a partir de 2007 por la crisis de liquidez bancaria. Tiene que poner en el norte de su gestión más los intereses del partícipe y menos los intereses de la banca, que acapara la mayoría del patrimonio gestionado. Tiene que aplicar una política de comisiones atractiva, ligada a resultados, eliminando la proliferación de peajes por gestiones sin valor añadido alguno (suscripción, reembolso, etcétera) y que se convierta en una herramienta real de competencia viva en la captación de recursos, y tiene que mantener una política informativa con la clientela que refuerce la confianza con instrumentos adicionales a la propia rentabilidad. A ello habrá que añadir un mayor estímulo fiscal a la inversión y generación de ahorro, con una prima al largo plazo que capitaliza la economía y un castigo al rendimiento impregnado de cortoplacismo.