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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las señales que envía la balanza comercial

El saldo comercial español con el resto del mundo ha mejorado notablemente en los dos últimos años, hasta el punto de absorber prácticamente todo el déficit en los intercambios de bienes y servicios. El déficit de 100.000 millones de euros registrado en 2007 (un 10% del PIB), justo antes de estallar la crisis financiera mundial, reflejaba un desequilibrio financiero, comercial y competitivo insostenible, el mismo que sistemáticamente ha acumulado la economía española en las etapas de crecimiento acelerado de la demanda, y que en el siglo XX se corregía con tipos de interés oficiales muy elevados primero, para atraer capital aunque fuese especulativo, y, cuando se agotaba esa espoleta, con devaluaciones competitivas de la moneda. Ahora, pese a no disponer de ninguno de esos dos instrumentos de autonomía monetaria y cambiaria, España ha logrado reducir el déficit comercial este año al entorno de los 15.000 millones de euros.

En parte lo ha hecho con una caída severa de las importaciones, consustancial a las crisis de demanda como la que padece España; pero lo ha hecho sobre todo por un tirón exportador desconocido tal que España registrará este año récord histórico de ventas al exterior, con un crecimiento de las destinadas a la zona euro, en la que no hay diferenciales de tipo de cambio, del 6,8%. Por tanto, España ha recompuesto muy buena parte de la competitividad perdida en los años de este siglo, en los que los niveles de los costes y los precios la estaban expulsando de muchos mercados, tanto maduros como emergentes. La moderación de los costes de producción, especialmente los salarios, y otros costes laborales como los de despido, ha reforzado las ventas de las empresas españolas y ha vuelto a colocar al país como destino preferente de las localizaciones industriales.

Sería, no obstante, un error precipitar un cambio de actitud en los agentes económicos, como reclaman algunos sindicatos, y volver a activar la maquinaria de los costes laborales, ni siquiera como reacción a supuestas amenazas de deflación, de todo punto injustificadas en un país que considera a la subida de precios como el mejor amigo del hombre. Lo correcto en estos momentos de inflexión de la situación económica es mantener con tenacidad la moderación de los salarios en términos generales, aprovechando la bajada cada vez más extendida de precios en bienes y servicios, y dejar a las empresas que puedan subidas más consistentes de las remuneraciones salariales.

Una señal explícita de los albores de la recuperación es la creciente importación de bienes industriales intermedios y de equipo, que preludia un mayor avance en los próximos trimestres de la producción industrial, ya sea por demanda interna o externa. Ello impedirá con seguridad que España entre en superávit comercial. Pero no hay mal que por bien no venga.

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