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El Foco
Tribuna
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‘Todólogos’

Juanfran, mi quiosquero de cabecera, me traslada su preocupación por algo no menor: ¿Cómo es posible, dice, que con tanto tertuliano sabio en radio y televisión, en todos los programas, desde hace años y a todas horas -mañana, tarde, noche y madrugada- no hayamos sido capaces de encauzar la solución de nuestros principales problemas, sean de la índole que fueren? Los todólogos (periodistas en su mayoría) se dedican no sólo a dar opiniones y predicar, que para eso les pagan, sino también -en muchos casos con enorme ligereza y escasa formación/preparación- a dar trigo, es decir, consejos y modos de actuar sobre cualquier cuestión: medidas aplicables de política económica y monetaria, reformas constitucionales, comentarios a sentencias o procesos judiciales, estrategias de política internacional, conveniencia/oportunidad de abdicaciones reales, fórmulas para salir de la recesión y para luchar contra el paro y la corrupción, tácticas partidarias exitosas que garanticen el triunfo electoral, planes de actuación imbatibles para empresas en dificultades o para mejorar los resultados societarios y, en fin, propuestas de leyes para dar mágica respuesta a nuestros endémicos y graves problemas en educación o sanidad... Olvidan estos gladiadores mediáticos, como los llama y se autodenomina Raúl del Pozo, que la ley, cualquier ley, nunca soluciona nada por sí sola y, si para algo sirve, es para apuntar exclusivamente la solución del problema de que se trate; nada más. Antes que cualquier otra cosa son necesarios los principios y, al mismo tiempo, hace falta voluntad (¿política?) de solucionar los problemas, de saber lo que se quiere y de valorar lo que cuesta hacerlo. Si la gente está harta de los políticos, no lo está menos de los tertulianos, que son en general los que menos tienen que decir porque, aunque cobren poco o les paguen con cheques regalo, han derivado en fracciones, y se han convertido en barbacanas, en una especie de avanzadilla mediática defensora a voces de las tesis oficiales que sostiene cada partido. No tenemos arreglo y cuesta dejar de mirarse el ombligo y aceptar que somos la periferia de la periferia, como la propia Europa, de la que escribe Edgar Morin que, sin darse cuenta, se ha vuelto provinciana con respecto a los gigantes protagonistas de la era global.

Antes que cualquier otra cosa son necesarios los principios y, al mismo tiempo, hace falta voluntad

En todo caso, con o sin tertulianos todólogos, extraño país el nuestro. Por ejemplo, dicen los periódicos que ya superamos en un punto la media europea de los jóvenes que estudian. Y ese dato es, sin duda, un brote verde, muy verde, pero la razón última -eso cuentan los expertos- está seguramente en las cifras del indecente paro y en la falta de oportunidades laborales, sobre todo entre las personas menores de treinta años. Las de más de treinta, ya se sabe, somos de los más flojos de la clase, singularmente en comprensión lectora y en matemáticas, y nos hundimos en las profundidades de las clasificaciones de la OCDE que reflejan esta peculiar manera de llamarnos tontorrones. Para no hurgar demasiado en la herida, sólo un dato: los titulados superiores españoles tienen la misma nota que los bachilleres japoneses. Por si fuera poco, el Banco Mundial, que en lugar de créditos solo da disgustos y directrices equivocadas, acaba de publicar el Doing Business 2014, el ranking anual elaborado por el organismo que sirve para medir las facilidades para la apertura de negocios en 189 países. Y, miren ustedes por donde, España pierde ocho posiciones y, a pesar de las prometidas ventanillas únicas municipales, que eran solución de todos los males y azote de burócratas, nos situamos en el puesto 52, por detrás de economías como Túnez, Kazajstan, Chipre, Armenia, Ruanda, Mauricio o Tailandia. Naturalmente, muy lejos de los punteros en la clasificación: Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda o Estados Unidos. Nos queda, eso sí, el consuelo de Italia que ocupa la posición 65 y, como no podría ser de otra forma, la balsámica explicación del ministerio de Economía y Competitividad que justifica nuestro deterioro por “una actualización en el método de medición del indicador de permisos de construcción.” Ahí queda eso...

No hacen más que quejarse sin proponer solución alguna o decir algo que merezca la pena

Aquí no se le cae la cara de vergüenza a nadie, absolutamente a nadie, sea o no político. Pero digo yo que alguna responsabilidad deben tener en estos desvaríos los que gobiernan la cosa pública (que cobran, no hay que olvidarlo, para arreglar los problemas), y los tertulianos que todo lo saben, y los que no hacen más que quejarse sin proponer solución alguna o decir algo que merezca la pena, y todos y cada uno de nosotros. Es tiempo de urgente reflexión, de analizar los errores, las inercias y los descuidos que necesitamos corregir, como afirma Muñoz Molina. Muchos ciudadanos nos encontramos a la intemperie y a la espera, y demandamos comunicación y soluciones. Sabemos, como supo Camus, que el diálogo solo es posible entre personas que no dejan de ser lo que son y que dicen la verdad, o la buscan juntos para compartirla porque son conscientes de que nadie es infalible. Y ahí está, en el diálogo y en la voluntad de hacer lo imposible, el principio de todas las respuestas, pero los políticos, que deberían, no lo saben ni quieren aprenderlo: “La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, tal vez lustros, antes de que este régimen, atacado de tuberculosis ética, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental”, escribió Benito Pérez Galdós hace 101 años.

Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado

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