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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El empleo de hoy y de mañana

La salida de España de la recesión y las previsiones de crecimiento que tanto Gobierno como organismos internacionales y servicios de estudios otorgan a nuestra economía ha puesto sobre la mesa una cuestión fundamental: cuál será el umbral de actividad a partir del cual comenzará a crearse empleo. Tradicionalmente, los economistas españoles han mantenido una postura común sobre esta cuestión. Según esa doctrina, la creación de puestos de trabajo se produce cuando el PIB crece entre un 2% y un 3%. Ese análisis surgió en el contexto de un modelo de actividad –el que mantuvo España desde finales de los años setenta hasta principios de los noventa– sustancialmente distinto al actual. Un modelo en el que el sector industrial tiraba fuertemente del crecimiento y acumulaba unas ganancias de productividad que retrasaban la necesidad de contratar a nuevos trabajadores.

Hoy no solo ha cambiado el perfil de la economía, sino también las circunstancias y el marco legislativo en el que esta se desarrolla. La combinación de esos factores ha hecho que los expertos coincidan en vaticinar que será suficiente con que la actividad repunte el 1% del PIB para que el mercado laboral español comience a generar empleo. El nuevo ADN de nuestro tejido económico, con un sector servicios mayoritario y una industria en mínimos históricos, es una de las razones que explican ese cambio en la elasticidad del empleo. A ello hay que sumar el fuerte ajuste que han sufrido las plantillas debido a la violencia de la crisis, una circunstancia que probablemente obligará a los empresarios a contratar a poco que se reactive la demanda. Como tercer factor hay que tener en cuenta la flexibilización de una legislación laboral que ha eliminado en buena medida el riesgo que rodeaba la contratación en España y que ha abaratado también el despido.

La calidad del empleo que ese repunte de actividad generará es una cuestión aparte. La devaluación interna que ha experimentado la economía española y los riesgos de un crecimiento que todavía se encuentra en pañales se reflejarán obligatoriamente en el perfil de los nuevos puestos de trabajo. Es la reacción lógica –aunque no sea deseable– de un tejido empresarial que ha soportado una crisis de una virulencia y una duración excepcionales. Al igual que un enfermo convaleciente se pone de pie con debilidad, el mercado laboral español se reactivará con lentitud y, sobre todo, con precariedad. Pero lo importante ahora es que ese motor vuelva a ponerse en marcha y que la enorme y drámatica masa de desempleados españoles pueda volver poco a poco al mercado laboral. Todo ello sin olvidar la necesidad de abordar la reforma de nuestro modelo productivo de forma que el empleo precario de hoy se transforme en empleo de calidad mañana.

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