Las presunciones del Gobierno
Lo que nuestro Gobierno se esfuerza por negar aquí dentro como una vergüenza inaceptable, es lo mismo de lo que presume fuera como una ventaja comparativa que nos hace más atractivos. Claro que esta esquizofrenia argumental a la que se ve obligada nuestro Gobierno es muy difícil de procesar. Resulta de extrema dificultad presumir fuera de lo que se abomina dentro y sobre todo pretender aislar ambos mundos de dentro y fuera. Porque que lo se dice, cualquiera sea el ámbito o los destinatarios ante los que se diga, es conocido de modo simultáneo urbi et orbi, en todas partes al mismo tiempo. Veamos un ejemplo reciente. Nuestro Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, se ha batido con denuedo esta semana en la presentación de la Ley de Presupuestos Generales del Estado y en su defensa frente a las enmiendas de totalidad presentadas por los diferentes Grupos Parlamentarios del Congreso. Imposible contener la emoción al ver a Montoro subiendo a la red para devolver todas las pelotas, a veces muy mal intencionadas, y teniendo que combinar de modo simultáneo la austeridad llevada hasta el austericidio con la proclamación imperturbable de la buena nueva del evangelio del fin de la recesión y del inicio del crecimiento, que nos recuperará, creará empleo, aportará lluvia de las inversiones y dejará al pueblo todo contento de ver tanta maravilla.
Pero este sinvivir del temerario Montoro, en las batallas intestinas del Congreso de los Diputados, ha de sostenerse de puertas adentro mientras de puertas afuera, por necesidades de argumentación ante esa instancia en constante vigilancia que son los mercados, debe lanzarse el discurso de las tareas cumplidas, de las ventajas comparativas de las que nos hemos dotado, que refuerzan nuestra fiabilidad como país y nos convierten en esa land of opportunity dispuesta a retribuir cualquier siembra con el ciento por uno. Estamos en un permanente road show ante unos analistas exigentes que reclaman sacrificios. Por eso, el Gobierno de Mariano Rajoy, nuestro Gobierno, que anda siempre en busca de nuestro bien, de lo que más nos conviene, aunque seamos ingratos e incapaces de apreciar el bien que se nos hace, se presenta muy consciente del lenguaje que su comparecencia exterior reclama y exhibe hasta la presunción orgullosa, por ejemplo, de la baja de salarios y pensiones, del abaratamiento del despido, de la disminución de las prestaciones sociales o de la destrucción de 370.000 empleos públicos, que en el próximo ejercicio proseguirá con un contingente análogo. Y, eso sí, con la discreción que el asunto impone, del retroceso de la esperanza de vida en nuestro país, porque estábamos advertidos por la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, de que lo que pensábamos ser un éxito era en realidad un descalabro para el sostenimiento del estado de bienestar.
Pedro Arriola, el consejero áulico del presidente Rajoy sabe que las percepciones adquieren mayor fuerza social que las propias realidades. Por eso, los poderes están en lucha permanente por su imagen, quieren ser percibidos de la manera más favorable, convencidos de que así obtendrán mayor asentimiento. Todo el esfuerzo empeñado en la operación que han denominado Marca España va en esa dirección. Se trata de resaltar el perfil más favorable y de sumar como valores a cuantos españoles y empresas puedan ayudar a esa construcción de prestigio inmaterial, que redunde a favor del proyecto en el que andamos.
Tenemos reconocidos de antemano algunos valores cálidos, por decirlo en palabras del Alto Comisario Carlos Espinosa de los Monteros, pero debemos escalar en el reconocimiento de los valores fríos que parecerían haberse apropiado los países del Norte. Vayamos presurosos al altar de la excelencia. Vale.
Miguel Ángel Aguilar es periodista.