EE UU, un niño maleducado
Imaginen a los historiadores del futuro echando la vista atrás hasta el el 1130 Congreso de Estados Unidos. No lo juzgarán con amabilidad. Un día, cuando el dólar ya no sea la moneda de las transacciones financieras mundiales, los cronistas se preguntarán: ¿cómo una nación que tenía tanto a su favor se las arregló para despilfarrarlo todo?
Los historiadores concluirán que todo empezó a desmoronarse con el acuerdo sobre el techo de deuda del 16 de octubre 2013. Ese día, el Congreso aplazó temporalmente una batalla autoinducida sobre si se debía pagar a los acreedores de la nación derrochadora que durante décadas gastó más de lo que producía. Demócratas y republicanos acordaron estar en desacuerdo y poner fin a 16 días de cierre en algunas funciones esenciales del Estado, con la esperanza de que pudieran llegar a algún tipo de trato de cuatro meses más adelante. Naturalmente, eso no sucedió.
Estados Unidos tenía en 2013 todos los motivos posibles para resolver sus problemas fiscales relativamente leves. Después de todo, el país estaba experimentando un cambio histórico de autosuficiencia energética, con los nuevos depósitos de ‘shale gas’ y petróleo. Su innovación tecnológica era la envidia del mundo, y sus universidades, el destino de elegido por la élite global. Gracias a un banco central dócil y a la percepción de seguridad de los pagarés de Washington, el dinero era barato y abundante. En relación con otros países ricos, el pueblo estadounidense era joven, se estaba reproduciendo y estaba dispuesto a aceptar a nuevos inmigrantes en sus comunidades.
Los historiadores del futuro suspirarán al pensar que se trataba de la receta perfecta para la prosperidad. Pero todo salió mal. Los extremistas de ambos lados de cada debate crearon una batalla, no solo sobre los presupuestos y el dinero, sino también sobre salud y seguridad pública, derechos humanos y libertades. El 16 de octubre será recordado como ese decepcionante punto de inflexión.