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A fondo

Afinando la orquesta para la sinfonía electoral

Les advierto que no me pregunten por la inversión, que no es la hora de la inversión pública; es la de la consolidación fiscal para devolver la credibilidad a la economía española. He dicho muchas veces que no había otra puerta de salida de la crisis que la reducción del gasto público; pero 2013 será el último año de la crisis y ya volverá la inversión pública, y espero poder anunciarla yo mismo”. Así presentó ayer el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, su tercer presupuesto en menos de dos años e insinuó cómo serán el cuarto y el quinto. “Ya viene el cortejo! /¡Ya viene el cortejo!/ Ya se oyen los claros clarines./ (...) Los áureos sonidos/ anuncian el advenimiento/ triunfal de la Gloria”. Basta poner quedo el oído para adivinar que las cuentas de 2015, y también las de 2016, estarán envueltas en estos coros celestiales que inmortalizó Rubén Darío en su Marcha Triunfal. Basta mirar la parquedad de los números de ahora para soñar con la embriagadora música del gasto público en año electoral. La inversión pública, la inversión pública.

Como todos los Gobiernos que en Europa han tenido que gestionar esta descomunal crisis, el de Mariano Rajoy estaba tan condenado como los demás a ser pasado por la quilla de las urnas, a juzgar por la marcha de los acontecimientos hasta la primavera pasada. Pero la situación italiana, que ahora saca los colores a la deuda del país transalpino por la eterna crisis política en la que viven, produjo un inesperado giro en las autoridades europeas tras las últimas elecciones: la irrupción poderosa de la antipolítica en el escenario electoral, con una opción anarcoide como lista más votada, hizo entender a Bruselas (y a Fráncfort) que la austeridad empobrece y pone en riesgo a la mismísima Europa.

De un día para otro, los objetivos fiscales de los países del Sur pasaron de ser inalcanzables a ser pan comido si estaban en manos de buenos administradores. Desde aquella decisión, cumplir los objetivos presupuestarios es asumible y ejecutable con esfuerzos razonables, hasta el punto de que, digan lo que digan las encuestas, los Gobiernos que recuperen el crecimiento salvarán su pellejo. España es el mejor ejemplo, y el Gobierno entendió ese día que no estaba condenado, que había comenzado la cuenta atrás del calendario electoral. Tras dos años de cuentas muy severas con el gasto y con espeluznantes subidas de impuestos, el de 2014 parece un Presupuesto de trámite, por el que se puede apostar que si tiene desviaciones de los ingresos serán al alza y si son de los gastos, a la baja.

Cuanta mayor desviación haya, mayor será el margen para agitar las partidas de gasto de contenido social y la inversión pública en 2015. Recuerden: ya se oyen los claros clarines. Y dado que para entonces entrará en vigor una reforma fiscal integral que afectará a todos los impuestos y a su distribución entre Estado y comunidades autónomas, el Gobierno exhibirá la reluciente zanahoria de las bajadas impositivas. Otra cuestión es si serán del calibre suficiente como para enjugar las subidas de 2012, tanto en impuestos sobre la renta personal como sobre consumo. Ello dependerá de cuánto se acerque la economía al crecimiento potencial en 2014 y en 2015, que a su vez depende de cuánto se reduzca el coste de la financiación sobre el actual, puesto que sin crédito no hay crecimiento. El ahorro es un multiplicador de la inversión, pero de reacción secundaria, que solo se activa cuando las expectativas están plenamente ancladas entre los agentes económicos.

Pero si en 2015 la actividad no se hubiese desperezado plenamente y precisase de otro cohete en forma de estímulos a la actividad (inversión y liberación de renta vía impositiva), el Gobierno dispondrá de un quinto presupuesto, el de 2016, también con marcado carácter electoral. El calendario político está diseñado de tal guisa que Rajoy puede aprobar las cuentas de 2016 el último día de septiembre de 2015, y convertirlo, si le han ido bien las cosas hasta entonces, en el mejor programa electoral de unos comicios que, en buena lógica, deben celebrarse en la segunda quincena de noviembre. ¡Qué nítidos suenan los claros clarines! Hay que recordar que no es ninguna anomalía tener que hacer cinco presupuestos en una legislatura; pero sí es una torpeza renunciar a hacer un cuarto presupuesto en una legislatura como la última de Rodríguez Zapatero.

Las cuentas de guante blanco de 2014 pueden consolidar la recuperación; pero deberían prolongar el ejercicio de reducción del déficit estructural de las cuentas públicas hispanas, bien ejecutado en 2012 y paralizado después. Solo hay que observar el capítulo de gastos fiscales, que repite, como si no hubiere en él nada más que quitar. Sigue siendo el refugio de negocios más basados en la subvención pública berlanguiana que en la propia iniciativa. Desgraciadamente, muchos colectivos siguen pendientes del BOE; pero la economía funcionará mejor el día que se preocupe menos de cuánto le da el Presupuesto (gastos) que de cuánto le quita (impuestos), y es obligación del Gobierno llevar las cuentas públicas a una sagrada neutralidad.

Es evidente que los tres proyectos elaborados por el Gobierno de Rajoy, además de algunos detalles del último de Zapatero, han recuperado la solvencia del Estado, y han recompuesto una parte de las ventajas de una financiación soportable. España ya no acumula 9.000 millones de euros de deuda al mes como en años pasados, y ya no castiga a la economía privada a las migajas de la financiación con sobrecoste (crowding out declinante). El gasto público primario (sin pago de intereses) lleva tres años en caída libre; el sector público ha perdido más del 6% de sus efectivos en año y medio; el ahorro de empresas y familias comienza a movilizar la inversión (se prevé positiva en 2014), y “hasta las empresas que nos reclamaban que pidiésemos el rescate hace un año han visto catapultada su capitalización en Bolsa por la reducción de gasto público y su desapalancamiento” (Montoro díxit). El escenario para la inversión está recompuesto, pero no parece que tanto como para que España pueda, en el corto plazo, “asombrar al mundo”.

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