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Columna
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Levantando el tejado

El orgullo ha vuelto al mercado inmobiliario chino. Los precios de la vivienda subieron en agosto a su ritmo más rápido en casi tres años y medio. Los inversores inteligentes husmean el sector con la idea de que pueden separar lo bueno de lo malo. Y apuntalando todo ese el edificio está la equivocada creencia de que el gobierno ha permitido que los precios lleguen tan lejos que no puede dejar que se desinflen. Tanto Shanghai como Pekín han visto aumentar el precio de la vivienda un 15% en agosto, según los datos de la Oficina Nacional de Estadísticas. Una parcela residencial en Pekín se vendió por un precio récord de 73.000 yuanes (8.800 euros) por metro cuadrado a principios de septiembre. Los inversores extranjeros, como Blackstone y Kohlberg Kravis Roberts (KKK), están haciendo inversiones inmobiliarias selectivas: un ejecutivo de KKR habló recientemente de “apuestas selectivas” en los mercados locales.

China necesita más viviendas. Hasta 45 millones de hogares urbanos están ubicados en viviendas de mala calidad, de acuerdo a un análisis realizado por Dragonomics GK. El espacio mínimo promedio por hogar en China hoy en día sigue siendo más o menos las tres cuartas partes del de Taiwán en 2005. El Primer Ministro Li Keqiang ha destacado el urbanismo como pilar de crecimiento y se ha comprometido a limpiar los barrios bajos.

Pero hay una falacia colectiva. Porque nadie sabe si los futuros habitantes de las ciudades de China se asentarán en Shanghai o Shaowu, Haikou o Hangzhou; cada provincia está construyendo para unos compradores que pueden no llegar nunca.

Las personas más expuestas a una corrección no son los bancos, los promotores o los fondos globales, sino los compradores habituales de vivienda, que en su mayoría financian sus compras con dinero en efectivo en lugar de deuda y no pueden picotear fácilmente en los mercados locales. Las propiedades no se quedan sin vender, pero un número incalculable de viviendas permanecen visiblemente deshabitadas. Si los precios caen, los ahorradores que pusieron su fe en la vivienda como un depósito de valor se llevarán la peor parte.

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