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El poder de controlar lo que se mira

Sueña el rico en su riqueza,

que más cuidados le ofrece;

sueña el pobre que padece

su miseria y su pobreza;

sueña el que a medrar empieza,

sueña el que afana y pretende,

sueña el que agravia y ofende,

y en el mundo, en conclusión,

todos sueñan lo que son,

aunque ninguno lo entiende

(Extracto del monologo de Segismundo. Final Acto II “La vida es sueño” Calderón de la Barca.)

Recientemente he sido sorprendido por una noticia curiosa. Una mujer llamada Bojana Danilovic, que vive en Servia, sufre una extraña enfermedad cerebral llamada “fenómeno de la orientación espacial” por la cual sus ojos ven las cosas de la manera correcta, pero por alguna razón su cerebro recibe las imágenes al revés, es decir cabeza abajo”. Según los redactores de la noticia, los expertos de Harvard y el MTI que la examinaron han quedado desconcertados: ve todo al revés.

La realidad, y su enorme complejidad, es el gran problema que los hombres no hemos sabido nunca resolver. Primero nos pueden engañar nuestros sentidos o nuestro cerebro (como quizás le puede estar ocurriendo a Bojana Danilovic), o, las más de las veces, nos construimos una realidad “a la carta” que haga compatible nuestros deseos y fantasías con ella. En éste último caso mentimos.

Pero construir una realidad alternativa es siempre deficiente. Siempre se nos escapará algo que descubrirá la estructura de cartón piedra que hay debajo de nuestra versión alterada de la realidad. El poder es vital en estas circunstancias. A mayor poder, mayor capacidad de mantener viva la ficción.

El mentiroso debe primero controlar lo que dice. Tras una palabra, un gesto, un enunciado puede aparecer la falsa tramoya con la que se sostiene lo que nunca fue o fue de otra manera. Por ello, agarrarse a las palabras (incluso a las más vacías de contenido o absurdas), con las que se describe la realidad, seguirlas a “pie juntillas”, tener un discurso sin salirse un ápice de lo que en él se lee, suele ser síntoma de que se tiene miedo de que si se varía un solo elemento de la argumentación (por pequeño que fuera), todo el castillo se vendría abajo. Tener consignas en vez de argumentos.

Segundo debe controlar los que los otros dicen de él. Es la constatación más clara del poder. Es el poder con mayúsculas. Tener bien controlado lo que otros miran, adulterar sus canales de información, convencer a los agentes responsables de velar por la realidad para que certifiquen y difundan como cierto lo que no lo es (y nunca lo será), en definitiva hacer ver a todos como realidad una pura fantasía, es el centro neurálgico de la construcción de la misma.

Por ello, perder el poder es el primer eslabón que precipita la tragedia.

Se pierde el poder por falta de capacidad para controlar los mecanismos de adulteración de la realidad o porque esta (por cualquier circunstancia) ya no puede ser adulterada.

Como parte de éste viaje “a través del espejo” con el que me he encontrado esta semana, el diario alemán “Bild se hacía eco de otro descubrimiento científico del psicólogo y neurocientífico Ernst Poeppel: "El alcohol despierta nuestros sentidos, nos une con el mundo, nos permite verlo tal y como es. […] el proceso es gradual […] conforme avanzamos en el nivel de alcohol cada vez nos es más clara la verdad detrás del velo". De manera que "… con mayor cantidad de alcohol en la sangre nos hemos dado cuenta que el mundo nos provoca náuseas. La resaca no es más que la reacción posterior a ese shock."

Quizás por ello nuestro refranero cuenta que “Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”.

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