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Tribuna
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Una auténtica inversión

Si quieres que Dios sonría, cuéntale tus planes, enuncia aquel viejo proverbio. Durante los últimos años hemos ido comprobando cómo en el panorama de la construcción ha ido produciéndose una auténtica inversión entre lo que podríamos denominar la construcción del adentro y del afuera. Probablemente, los hechos no guarden relación alguna entre ellos –o tal vez sí–, pero lo cierto es que no muchos percibieron que mientras la sociedad asistía atónita y sin capacidad de reacción alguna al paulatino frenado del levantamiento de construcciones de nueva planta hasta su prácticamente total detención, en otro plano paralelo se iba forjando una enérgica ascensión del interiorismo.

Casi sin reparar en ello, se ha producido una inversión insospechada hace tan solo unos años: el interiorismo ha pasado de ser una especie de hermana pequeña de la arquitectura, demasiadas veces maltratada o minusvalorada, una disciplina en auge que, lejos de entrar en confrontación con ella, se aparece como complementaria de aquella y con una sorprendente capacidad de poner en valor lugares, empresas y negocios. Para un país que no tenía cultura de invertir en diseño, ha sido un tortuoso viaje, pero hoy se puede decir que al fin esa tendencia ha cambiado. Y es que mientras la crisis del ladrillo paraliza el sector de las nuevas construcciones, no ha ocurrido lo mismo puertas adentro. Día a día aumenta exponencialmente el número de reformas y consolidaciones de edificios y negocios, conscientes de que las empresas necesitan actualizarse para ser competitivas o para posibilitar su expansión. La crisis brinda ahora al diseño de interiores la oportunidad de desempeñar un papel protagonista.

La gran competitividad del mercado ha hecho reparar a un gran número de empresarios en lo necesario de contar con especialistas del sector que garanticen una comunicación eficaz de la imagen y de los valores de sus productos y empresas.

En un mundo como el de hoy, en constante revolución tecnológica, se necesita trabajar con un profesional de formación sólida, capaz de manejar conceptos claros y rotundos con soltura pero también de estar al tanto de las últimas tendencias, productos y tecnologías que aparecen en el mercado internacional. Y esas cualidades residen en el diseño de interiores. Se ha pasado de una sociedad en la que todo el mundo era decorador a otro en el que el interiorismo maneja cifras mareantes que son consideradas una inversión fundamental para producir mayores beneficios. Decía Valèry que se puede dedicar toda una vida a contemplar todo lo que sucede en un sencillo vaso de agua. Y eso es justamente lo que están haciendo las empresas. Miles de marcas compiten ferozmente por ganarse la confianza del consumidor, y todos saben que en el diseño tienen un poderoso aliado.

Cada vez se erigen menos rascacielos para demostrar la fuerza y el empuje de las más poderosas marcas comerciales. Esa demostración de poder se realiza ahora en los lobbies de las grandes construcciones, en el diseño interior de sus sedes y oficinas, en los locales que se adquieren por cifras astronómicas en los lugares más emblemáticos de las principales ciudades del mundo. La arquitectura de hoy no es solo para mirar: se puede tocar, sentarse en ella, respirar. Es para entrar en ella. El consumidor que entra en cualquier local no busca solamente comprar, sino vivir una experiencia.

Para agudizar esta circunstancia, la aparición del borrador de la polémica Ley de Servicios Profesionales (LSP) ha conseguido que un colectivo tan poco corporativista como es el de la arquitectura encuentre un lugar común y se movilice para manifestarse en contra de una ley que producirá arquitectura sin arquitectos, según reza el lema bajo el que el Colegio de Arquitectos de Madrid ha convocado a sus colegiados. Sabemos que eso es imposible. No basta con levantar una construcción para que acontezca el hecho arquitectónico. Para transformar la construcción en arquitectura se necesita un soplo, y es esa precisamente la función del arquitecto.

Pero si definitivamente esta ley sale adelante es previsible un desplome de los precios en los honorarios de los profesionales del sector y una sistematización que acabará por producir uniformidad en el exterior. Es decir, la aparición de la construcción en donde debiera haber arquitectura. Pero siempre nos quedará París. Estos dos factores vienen a sumarse a toda una serie de indicios que parecen indicar que en los próximos años el talento, la emoción, la diferencia, el símbolo, lo unívocamente humano, estará precisamente… en el interior. Será definitivamente el interior el que permita la reflexión, el que proponga, el que emocione, el que marque la diferencia.

El interiorismo se revela pues como el arma más poderosa de los próximos años para poner en valor construcciones preexistentes. Y la carrera de interiorismo como una de las de mayor proyección.

Hágame caso, si tiene usted un negocio, y quiere saber dónde invertir, no lo dude: invierta en su interior.

Enrique Barrera es director del grado en diseño de interiores de Esne

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