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Columna
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Las virtudes alemanas

E n el año 2000, Alemania era el enfermo de Europa. Su economía se tambaleaba y la selección nacional de fútbol fue eliminada de la Eurocopa sin ganar un solo partido.

Pero las cosas han cambiado. Alemania no sólo ha recuperado su reputación de superpotencia económica, sino que la selección alemana ha alcanzado por lo menos las semifinales en todos los torneos internacionales desde 2006. Y la histórica final de la Liga de Campeones celebrada el sábado se convirtió en la primera en enfrentar a dos equipos alemanes: el Bayern Munich y el Borussia Dortmund.

El renacimiento del deporte y de la economía tienen mucho en común.

En primer lugar, por la economía social de mercado. Cuando funciona, este capitalismo, lleno en gran medida de restricciones, –la competencia leal y la planificación a largo plazo, mezcladas con la responsabilidad social– puede conducir a buenos resultados. En el fútbol, los aficionados tienen el control mayoritario de todos los clubes alemanes, por lo que los oligarcas en busca de glamour y los jeques se mantienen al margen. Los ingresos televisivos se distribuyen de manera relativamente uniforme y las deudas son limitadas.

La competencia restringida tiene sus desventajas. A finales de los 90, tanto la economía alemana como su liga de fútbol estaban demasiado dispuestas a tolerar el bajo rendimiento, y a perder competitividad a favor de sus rivales extranjeros.

Los dobles cambios ponen de manifiesto otra de las fortalezas nacionales: una notable capacidad para responder a las crisis y para solucionar los problemas. Las reformas estructurales de Alemania, que comenzaron en 2003, se consideran hoy como un modelo a seguir para las economías con dificultades. Las reformas futbolísticas se pusieron en marcha tres años antes. Por temor a la humillación en la Copa del Mundo de 2006, que se celebró en Alemania.

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