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Columna
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El yen ya no es una apuesta segura

La moneda japonesa ha caído a 100 frente al dólar por primera vez en cuatro años. Es decir, una caída del 16% desde la aplastante victoria electoral de Shinzo Abe en diciembre.

La primera razón que invita a la cautela es la agresión monetaria. Hasta hace seis meses, la Reserva Federal de Estados Unidos era una impresora de dinero mucho más audaz. Esto cambió durante la campaña electoral, cuando Abe denunció al Banco de Japón y prometió una inflación del 2%. El 4 de abril, Haruhiko Kuroda, nuevo gobernador del Banco de Japón, anunció planes para duplicar la base monetaria en dos años.

Más yen significa un yen más barato, pero cuánto depende en parte del próximo movimiento de la Fed. Si los malos datos de empleo y la deflación animan a la Fed a expandir su plan de flexibilización cuantitativa de 85.000 millones de dólares al mes, la divisa estadounidense podría debilitarse. Y si se agrava la crisis de deuda de la zona euro, la moneda japonesa podría verse como un refugio relativamente seguro.

Los políticos nipones no quieren un aumento de los costes energéticos que lastre el consumo

La dependencia de Japón de los combustibles fósiles importados –que ha aumentado desde el accidente de Fukushima– es otro factor. Los políticos no quieren un repentino aumento de los costes energéticos que lastre el gasto de los consumidores, compensando las ganancias provenientes de las exportaciones.

Si el yen se debilitara, digamos, un 20%, las acusaciones de que Japón está librando una guerra de divisas podrían resultar difíciles de resistir. Eso es algo que Abe quiere evitar en su intento de forjar una estrecha relación comercial con Estados Unidos.

Por último, un yen más débil podría suponer otro problema. La fuerte caída del yen a mediados de los 90 vio cómo los flujos especulativos de préstamos de dinero japonés barato impulsaron un auge alimentado por el crédito –y una dolorosa caída– en el sudeste de Asia. La intención de Abe es impulsar el poder económico de Japón en Asia y el mundo. Lo último que el primer ministro quiere es ser conocido como el hombre que causó la próxima crisis financiera de Asia.

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