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Columna
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Remordimientos por la austeridad

Los líderes de la Comisión Europea ahora creen ahora que la austeridad ha sido mal interpretada. El presidente del órgano ejecutivo de la Unión Europea, José Manuel Durao Barroso, e incluso el Comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, creen que es hora de relajar la rígida disciplina fiscal a la que han empujado a los miembros de la zona euro durante los últimos tres años. El daño ya está hecho. No deberían haber tardado tanto en darse cuenta de que la amplia lista recortes de gastos y subidas de impuestos llevada a cabo en plena recesión de la economía mundial, empujaría cuesta abajo y sin frenos a las economías más débiles de Europa.

Lo peor de esas políticas es que se llevaron a cabo sin elegir el momento oportuno y sin distinciones. La disciplina fiscal se debería haber convertido en un objetivo a medio plazo, no imponerse como respuesta rápida a los temores de los mercados en el momento más vulnerable de las economías. Además, eran los bancos –y no los gobiernos derrochadores– quienes estaban en la raíz del problema en casos como el de España el de Irlanda.

Por su parte, Angela Merkel sigue pensando que la austeridad es el camino a seguir. Habría que entender su miedo –existe el peligro de que con el fin de la crisis vuelva la despreocupación. Pese a la gravedad de lo ocurrido con el euro, hay que recordar que la memoria de los políticos solo llega más allá de sus mandatos.

El verdadero papel de la CE debería haber sido realizar una vigilancia a largo plazo y no una disciplina a corto

El verdadero papel de la Comisión debería haber sido –y todavía podría ser– realizar una vigilancia a largo plazo y no una disciplina a corto. Más aún teniendo en cuenta que las reformas más importantes que economías necesitan tienen un coste inmediato. El Banco Central Europeo puede colaborar en la transición, centrándose en que vuelva a fuir el crédito para las pymes y tal vez bajando ligeramente los tipos de interés. Mientras tanto, los gobiernos deben vigilar el gasto, evitar el aumento de los impuestos, y no preocuparse de momento por los objetivos fiscales. La verdadera crisis es que el desempleo en la zona euro se sitúa en el 12%.

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