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¿Y si Sousa deja Pescanova?

La multinacional gallega Pescanova afronta estos días la peor crisis en sus más de 50 años de historia. La compañía se dispone a presentar concurso de acreedores tras haber detectado un desfase entre sus cuentas y la deuda comunicada hasta ahora (la banca acreedora teme que el pasivo real supere en más de 1.000 millones de euros la deuda informada el pasado mes de septiembre, 1.522 millones); tiene al consejo de administración totalmente dividido (cinco consejeros, entre ellos Grupo Damm, con el 6,1%, y Antonio Basagoiti, consejero desde 1996, se han opuesto a las últimas medidas adoptadas por su presidente, Manuel Fernández Sousa); el grupo está enfrentado a su auditor (ha solicitado la revocación de la consultora BDO, que ha auditado los últimos 10 ejercicios de Pescanova); la banca acreedora desconfía (las 45 entidades financieras acreedoras han contratado auditores externos para escudriñar las cuentas del grupo); y la CNMV ha devuelto ya en dos ocasiones los datos enviados por la empresa correspondientes a su pasado ejercicio.

Tan sólo la plantilla y los sindicatos han mantenido hasta ahora las formas; los más de 10.000 empleados de Pescanova aguantan la respiración desde el inicio de la crisis, no han planteado movilizaciones y han mostrado públicamente su apoyo a la compañía. Pero tanto la dirección de Pescanova como la Xunta son conscientes de que un conflicto laboral que afectaría en Galicia a más de 1.000 familias podría acabar por reventarlo todo.

En este contexto Manuel Fernández Sousa tiene dos opciones. Una, aferrarse al cargo de presidente, cargar con la responsabilidad de todo lo que pueda venir, y seguir dando la cara por la compañía que creó en 1960 su padre, José Fernández, junto con Valentín Paz-Andrade, padre también de otro de los consejeros históricos de Pescanova, Alfonso Paz-Andrade.

Y tiene otra opción, muy dura: abandonar el timón y dejar que sean otros los que carguen con lo que se le viene encima al grupo que durante medio siglo ha situado sus productos en los congeladores de varias generaciones de españoles.

Si se mantiene como presidente, el grupo será atacado por dos frentes, el corporativo y el personal. Si abandona, ya nadie podrá achacar a la figura de su presidente los males que acechan a la compañía. Bancos, consejeros, fondos de inversión y empleados no tendrán más opción que remar juntos para sacar adelante la empresa. Los problemas de Pescanova no desaparecerán en el corto plazo, pero la salida de Sousa desatascaría algo la situación actual.

Estamos acostumbrados a ver cómo políticos imputados en diferentes causas se aferran a sus cargos a pesar de sospechas de malas prácticas. Suele ser una excepción el caso en el que un político imputado deja su puesto; cuando esto ocurre, ese político, al abandonar su cargo, recupera en buena parte su honorabilidad.

Algo similar ocurriría en el caso de Pescanova. Sousa abandona el grupo; Pescanova prevalece. A nadie le resultaría indiferente el sacrificio de Manuel Fernández Sousa.

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