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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Italia somete al mercado a su juego político

Las elecciones generales celebradas el domingo pasado y ayer en Italia no han defraudado las expectativas generadas en las semanas previas en toda Europa. Un resultado bastante previsible inicialmente, pero complicado por el juego de alianzas después, ha puesto al país transalpino al borde del bloqueo político y a los mercados financieros, de los nervios. Las dos horas largas que convivieron ayer abiertas las plazas de Bolsa y deuda en Europa con los primeros datos electorales, primero fruto de sondeos a pie de urna y después de los resultados iniciáticos de los escrutinios, fueron un rocambolesco tobogán.

La victoria explícita de Pier Luigi Bersani cotizaba al alza, con subidas notables en todas las Bolsas de la zona euro y con descuentos muy importantes en los bonos a diez años de los países periféricos, pese al descalabro del primer ministro Mario Monti. Pero los primeros recuentos de votos colocaron a Silvio Berlusconi de nuevo en disposición de bloquear la acción de un hipotético Gobierno Bersani desde su posición de privilegio en el Senado (con menos voto, pero con más escaños que el centroizquierda de Bersani), y el mercado lo encajó con contracción bursátil y repunte severo de las primas de riesgo. Esta opción era la más temida por el mercado, puesto que de una Italia que se negaba a las reformas y que tuvo que ser cuasi intervenida por la Unión Europea en verano de 2011, se pasa a una Italia que se niega a ser gobernada, recordando tiempos pasados de inestabilidad gubernamental.

Aunque suene a una recurrente perogrullada, esto es lo que los italianos han querido, y con esto es con lo que Europa debe acostumbrarse a convivir, puesto que no es replicable el experimento de Monti (ahora atropellado por las urnas), en el que la democracia había sido víctima de un descarado secuestro para imponer determinadas dosis de austeridad en el gasto y reformismo en los mercados de bienes y servicios. Aunque es evidente que es la receta que precisa Italia, como todos los países periféricos que tienen altos grados de deuda (Italia como ninguno), no es menos evidente el rechazo popular a tales planteamientos con un voto izquierdista y crítico ganador, seguido de partidarios de dejar el euro (Beppe Grillo) o de revertir los pocos pasos de Monti en materia fiscal, tal como prometía Berlusconi.

Italia no está para bromas, como tampoco lo está el euro; y si en el verano de 2011 fueron las resistencias de la primera quienes estuvieron a punto de llevarse por delante al segundo, ahora no cabe ni siquiera como hipótesis. Los partidos italianos deben entrar en un proceso de diálogo en el que la única intención sea el entendimiento para salvar el euro, y con él, la riqueza, la transformación económica, el empleo y el futuro de Italia. Y, de paso, el de toda la zona euro y sus 350 millones de moradores.

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