La Francia de Hollande se resiste al jarabe de Merkel
La CE podría dar más tiempo a París para cumplir el déficit. A cambio deberá presentar un plan de ajustes como quiere Berlín.
Dientes apretados y la cabeza negando de un lado a otro con la admirable rebeldía de los niños desobedientes. Es François Hollande ante Angela Merkel, que le roza los labios con una gigantesca cuchara, rebosante de una pócima maloliente pero presuntamente saludable.
La viñeta (imaginaria) podría ilustrar las páginas económicas de la prensa franco-alemana de estos días. Y reflejaría bastante bien la creciente tensión entre una canciller alemana empeñada en mantener y extender su tratamiento de consolidación presupuestaria y un presidente francés que se niega a convertirse en el siguiente paciente de Berlín.
Pero los datos indican que París no podrá resistirse por mucho tiempo. Tras dos años de reducción del déficit (2010 y 2011), Francia empieza a toparse con dificultades para mantener el ritmo de ajuste y ya reconoce públicamente que no podrá cumplir el plazo marcado por la Unión Europea, que le exige situar los números por debajo del 3% del PIB a finales de este año.
El Gobierno de Hollande invoca razones ajenas a su voluntad para justificar ese incumplimiento, como una caída del crecimiento mayor de lo previsto y una cotización del euro que penaliza sus exportaciones.
Pero esos argumentos no parecen suscitar demasiada compasión en Berlín o Francfort, sede del Banco Central Europeo, donde apenas disimulan la desconfianza hacia un país que ha convertido el déficit en una seña de identidad tan propia como la torre Eiffel. La caída de la competitividad francesa, además, antecede a la reciente revalorización de la divisa europea. Entre 2005 y 2010, sus exportaciones ya cayeron casi un 20%, en gran parte, según Bruselas, por la falta de innovación de las empresas francesas y, en menor media, por el excesivo incremento salarial.
Aun así, la Comisión Europea se muestra comprensiva y podría prolongar un año, hasta 2014, el plazo para que Francia cumpla su objetivo. Pero solo a cambio de un plan que garantice la contención del gasto, asignatura pendiente de un país con una presión fiscal ya muy alta (42,5% del PIB).
La benevolencia de Bruselas, en cualquier caso, tiene sus límites. Primero, porque desde el comienzo de la crisis, la CE procura no contradecir al Gobierno alemán ni al BCE. Y segundo, porque un trato privilegiado quebraría la disciplina presupuestaria que se ha intentado imponer en los últimos años en toda la zona euro.
A finales de 2011, por ejemplo, la CE exigió a Bélgica exigió recortes adicionales para cumplir los objetivos de déficit pacatos. Y el año pasado, llegó a a amenazar con suspender los fondos estructurales a un país con superávit como Hungría si no acataba las órdenes presupuestarias. El peso de Francia en el Eurogrupo, sin embargo, resulta innegable. Y su ministro de Economía, Pierre Moscovici, no se plegará fácilmente a los dictados de Bruselas. En teoría, los nefastos datos de crecimiento en el último trimestre de 2012 juegan a favor de París. El PIB de la zona euro cayó un 0,6% , el triple de lo previsto por la Comisión en noviembre. El dato ha sido interpretado por algunos analistas como la confirmación del tremendo impacto de las medidas de austeridad aplicadas en el conjunto de la unión monetaria, una alarma aireada en los últimos meses por las huestes francesas del Fondo Monetario Internacional, con su economista jefe, Olivier Blanchard, a la cabeza.
Pero no está claro que esa tesis vaya a permitir al gobierno de Hollande librarse del acoso presupuestario de Berlín y Bruselas. Por lo pronto, el comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn, expresó la semana pasada por carta (dirigida a todos los ministros, incluido Moscovici) su total rechazo del debate planteado por Blanchard. Un debate que, según Rehn, “no ha sido de ninguna ayuda y corre el riesgo de erosionar la confianza que con tanto esfuerzo habíamos construido durante estos años a base de reuniones [del Eurogrupo] hasta altas horas de la madrugada”.
Tampoco juega a favor de Francia su incumplimiento sistemático de los objetivos de déficit y deuda que, según Bruselas, “siempre corrige al alza y aún así, no los respeta”. Su deuda pública galopa hacia el umbral crítico del 90% del PIB, dato que ya ha permitido al Gobierno alemán azuzar a los mercados para tensar la prima de riesgo francesa. Berlín, sin embargo, ha aflojado la presión ante las protestas de París y no ha logrado por ahora acorralar al gobierno francés como hizo con España o Italia.
Pero Merkel no ha soltado la pieza. Y la historia reciente muestra que, tarde o temprano, hasta los países más reacios acaban despegando los labios y tragándose el jarabe de la canciller. A pesar de todas sus contraindicaciones.