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Tribuna
Columna
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Ahorrar pan para mayo

Tocado con sombrero y poncho andinos y luciendo un generoso bigote, el chamán Abriel, que presume de su exótico nombre y asegura que recibió los poderes de su abuelo, que además era curandero, contó sin ruborizarse que los espíritus de los incas consultados (que, según nos dijo, se hicieron humanos y bajaron a la tierra para tal menester) habían asegurado que el fin del mundo previsto por las profecías aztecas para diciembre de 2012, no era más que "un arma comercial mexicana sin rigor alguno" (sic). Una afirmación que, dicha en enero de 2013, parece una tomadura de pelo que no deja de tener su gracia. Los chamanes, incas o aztecas, que más da, son hoy así, y -como le ocurrió al nuestro- cuando se encuentran en trance haciendo su ofrenda a la Pachamama, la Madre Tierra, pueden ser interrumpidos por el timbre de su propio móvil... Que le vamos a hacer, son las cosas de la globalización que nos persigue siempre, aunque estés de visita en mitad de los Andes.

Perú es un hermoso país de difícil orografía, lleno de contrastes no solo geográficos y de lugares increíbles que cuando se conocen nunca se olvidan; de gentes amables que te sonríen por la calle y han recobrado, a pesar de todo y desde su actual presente, la esperanza en el futuro. Se lo han creído de verdad, y no les faltan razones: su PIB creció el 8,8 en 2010, un 6,9 en 2011 y, según sus estimaciones, lo hará muy por encima del 6 en 2012 y 2013, años en los que su tasa de desempleo bajará hasta el 6,5 por ciento. Integra el IT-5, ese grupo de países latinoamericanos (Brasil, Colombia, Chile, México y Perú) que crecen y, haciendo piña, se han propuesto controlar su inflación; la de Perú en 2012 y 2013 no llegara al 3%, como en España, país que lidera la inversión extranjera en la república andina, aunque a escasa distancia de los inversores mineros como Canadá y, ahora, también China. Entre el sector agroexportador y el minero, se estima que hasta el 2020 Perú generará más de seiscientos mil puestos de trabajo. Por cierto, no menos de veinticinco mil españoles viven y trabajan en el país; cerca de trescientas empresas hispanas de todos los sectores, grande y medianas, se han instalado allá y, según la Cámara de Comercio Española que tiene sede en Lima, cada semana tres o cuatro empresas españolas buscan la fórmula y el consejo para asentarse y hacer negocios en Perú.

Los peruanos, acogotados por la corrupción, saben que la transparencia es el mejor antídoto/vacuna para librarse de esa lacra y, precisamente por eso, la presión ciudadana -con el apoyo del presidente Humala- ha conseguido recientemente que el Congreso de la nación retroceda en su intención de duplicar la subvención libre de impuestos para los gastos de representación de los parlamentarios, lo que era un escándalo a todas luces. No son tiempos para dispendios y, como dicen los peruanos cabales, hay que "ahorrar pan para mayo". Por eso, con el antiguo equipo económico gubernamental a la cabeza (Ollanta Humala ha sido listo, aunque no sea un líder carismático), los peruanos se esfuerzan en su trabajo y mantienen en sólo un 19% el ratio de deuda pública sobre un PIB que, para el conjunto del país, alcanza ya casi los 180.000 millones de dólares, y creciendo. Eso está permitiendo que aparezca una pujante clase media que consume y ayuda a hacer país, algo que desde hace mucho tiempo se echa en falta en demasiados países de la región.

Pero esta tierra de oportunidades llamada Perú también tiene sus problemas. El narcotráfico, por ejemplo, es uno de ellos, aunque el gobierno tiene el decidido propósito de atacarlo con dureza. No quieren ser como Bolivia, Colombia o México, y aunque saben que tardarán, su decisión de erradicar el tráfico de drogas es firme, como lo es también su propósito de corregir el desajuste educativo de un país que necesita urgentemente capital humano y cuadros bien formados. Sólo el 15 por ciento de los 8 millones de jóvenes peruanos tiene estudios universitarios y, como ocurre en muchos países, el divorcio entre la empresa y la universidad sigue siendo notorio. Pero existe una decidida apuesta por la educación y una clara conciencia de que un cambio radical es absolutamente necesario, hasta el punto de que se ha nombrado un viceministro en el área de educación que se encargara de establecer por donde deben ir la educación superior y las prioridades en los planes curriculares de universidades e institutos. Está claro que la ley, por sí sola, no soluciona los problemas, pero apunta el camino para conseguirlo y los peruanos saben que el esfuerzo tiene que ser común y sostenido si quieren progresar como nación.

Y, definitivamente, el desarrollo de Perú pasa también por la lucha sin cuartel contra la corrupción. El país ocupa el puesto 83 en la lista de corrupción mundial que publica cada año Transparencia Internacional y, con 38 puntos sobre cien, suspende. Desde los tiempos de Fujimori y su acólito, los peruanos saben que necesitan acabar con la corrupción. Lo necesitan para que se les considere un país serio y decente, una tierra que es algo más que Cusco, Machu Picchu y decenas de hermosas ciudades llenas de plazas -todas plazas y siempre diferentes¬- y de gentes amables que se afanan en su trabajo y saben que el hachum, lo importante en quechua, se compendia en seguir y cumplir solo tres preceptos: ama sua, ama llula, ama quella, no robes, no mientas, no seas ocioso. Qué casualidad, a ese proceder se le llama ahora comportamiento ético.

Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado

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