¿Se puede ser optimista este diciembre de 2012?
Tan pronto España está en práctica quiebra, y el rescate puede no solucionar nada, como resulta que el rescate no es, aparentemente, necesario en el corto plazo. ¿Está justificado el trastorno bipolar al que el ciudadano asiste alucinado? Pues, dejando aparte el tan español pim-pam-pum político y periodístico aplicado a la economía, quizá sí, porque las perspectivas económicas se han vuelto tan predecibles y estables como el ánimo de los operadores o los resultados futbolísticos.
Como cuentan aquí Luca Fantacci y Nicolò Cavalli, hoy las deudas ya no las contrae una parte con otra y se pagan a lo largo de un plazo de tiempo determinado. Las deudas son mayoritariamente activos que se compran y venden en el mercado, la capacidad de los actores económicos para refinanciar sus deudas no depende tanto de su solvencia fundamental como de la disposición del mercado para comprar estas deudas. La solvencia de España es la liquidez que tengan sus bonos.
De hecho, todas las rebajas de rating practicadas sobre España en los últimos años tienen en la incapacidad para acudir al mercado una de las principales razones de ser cuando, en realidad, Moody’s, S&P y Fitch analizan la solvencia intrínseca de un emisor. Pero desde finales de 2007, sospecho, solvencia y liquidez no son lo mismo, pero van muy de la mano.
No hay que pensar demasiado para encontrar ejemplos. Las dos intervenciones del BCE en el último año para apoyar a España, por ejemplo, han consistido en dar o prometer liquidez. Las subastas LTRO hicieron caer a plomo los tipos a los que España pedía dinero, pero más importante que eso fue que España pasó de parecer insolvente a parecer solvente. Al fin había un comprador “final” para la deuda, luego los inversores podían comprar sin miedo a quedarse atrapados y así, el Tesoro podía vender a tipos razonables.
La intervención de ese verano es distinta,: el BCE no ha inyectado liquidez, sino que ha amenazado con hacerlo si España pide rescate, lo que sucedería probablemente si la prima de riesgo se dispara. Eso disuade a los inversores de operar a la baja y, aunque no crea liquidez, al dejar la intervención abierta ofrece una “red de seguridad” a potenciales inversores.
En conclusión, sí, se podría ser optimista. Pero el consuelo es frágil. Como explican Fantacci y Cavalli, la liquidez es autorreferente. El mercado es líquido porque sí, y deja de serlo también porque sí. Al depender más de la liquidez de la solvencia, España depende mucho de la alineación de los astros en las mesas de trading, y menos de sus fundamentales, que son los que dan la medida de la solvencia.
En este entorno, el terreno está abonado para la ciclotimia, y de hecho buena parte de los excesos que estamos pagando ahora proceden del exceso de liquidez de hace pocos años cuando, como comentamos el otro día, tener poca deuda era malo. Por resumirlo, si en los mercados es complicado encontrar el punto medio entre optimismo desaforado y pesimismo apocalíptico, a medida que la liquidez de estos mercados tiene más impacto en la economía real, ésta también sufrirá de ciclotimia.
En Sintetia hablaban el otro día de los riesgos asociados a la intervención, aunque sea velada, del BCE en los precios de los activos, al abrir la puerta a eventos inesperados. Pero quizá, en un momento en el que las bajadas de tipos tienen cada vez menos eficacia, el problema no esté tanto en que el banco intervenga vía precios de activos, sino que la única intervención factible sea por una vía tan espinosa como esta.
Así que, aunque se pueda ser optimista en este final de 2012, mejor no poner a enfriar el cava, porque probablemente se trate, al igual que sucede con el pesimismo, de un optimismo autoinducido.
En Música contra la crisis, cuando en Alta Fidelidad Jack Black quita la cinta de Belle ande Sebastian y la sustituye por Katrina and the Waves.
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