Un esfuerzo para que Merkel se vaya contenta
Vino ayer el presidente de Francia, François Hollande, y evidenció el anclaje de nuestro gobierno en la debilidad que mendiga respaldos cuando dijo eso de "Rajoy y yo tenemos la misma visión del futuro para Europa". Una identidad de visiones que se circunscribe al futuro de una mayor integración fiscal y monetaria de los países miembros y al compromiso de todos con la irreversibilidad del euro. Porque, ¿cabría imaginar, a la recíproca, que después de un encuentro entre estos dos mismos dirigentes políticos celebrado en el Elíseo comparecieran ambos ante los periodistas y fuera Mariano Rajoy quien se arrancara diciendo "Hollande y yo tenemos la misma visión del futuro para Europa"? En todo caso, lo que no nos ha dicho el amigo Hollande es cómo va lo del rescate que nos van a dar -¡oh maravilla!- sin haberlo solicitado conforme al proceder galaico portugués. Las fuentes del Gobierno informan también de otros asuntos del pastel de relleno a base del examen de las perspectivas de cooperación bilateral en cuestiones como el conflicto de Siria, la situación en el Sahel y la evolución de acontecimientos en el área sur del Mediterráneo, según han informado fuentes del Gobierno.
En cuanto a la canciller de Alemania, Angela Merkel, hará su entrada en Moncloa el próximo jueves día 6 al frente de un coro de empresarios para celebrar una jornada de trabajo entre inversores, y entrevistarse con el presidente del Gobierno Mariano Rajoy. Para un lector de periódico que no haya desertado de acudir al quiosco durante el agosto profundo, la impresión es que el caso de España ya lo tienen atado y bien atado entre Berlín y París. La señora Angela se ha pasado el mes hablando con el presidente de Francia, François Hollande de cómo y a costa de quién rehacer el eje franco-alemán, del que tantos y tan extraordinarios prodigios se esperan Sabemos que han hablado de nosotros aunque no hayan hablado con nosotros. Así que nuestro lamento es el mismo que el de Jesús Aguirre en sus tiempos de duque de Alba, quien cuando algún amigo le daba cuenta de que su nombre se barajaba para algún alto cargo solía replicar "se habla de mí, pero no se habla conmigo". Sabemos, además, la exactitud del vaticinio del refrán castellano, según el cual, "reunión de pastores, oveja muerta".
Registremos que ha cambiado el aire, hasta hace poco, el modelo social europeo era la aspiración de norteamericanos y asiáticos, los que nos envidiaban. Ahora es visto, también por nosotros, como un penoso lastre, en lugar de la ventaja que nos enorgullecía. Desde Max Weber sabemos que el protestantismo fue el punto de ignición del capitalismo. Y que la teoría de la predestinación desencadenó la idea de que la prosperidad en este mundo era un signo de predestinación para la vida eterna. De ahí que a quienes acumulaban riquezas se les concediera el mérito en vez de la sospecha, como sostenía el catolicismo tridentino. Pero ahora en Estados Unidos propugnan una nueva vuelta de tuerca y el candidato a vicepresidente por el partido Republicano, Paul Ryan, pretende abiertamente hacerles la vida más dura a los pobres. O sea, que si los ricos son meritorios, los pobres son culpables y en consecuencia, deben ser castigados.
Mientras, el poder financiero está consiguiendo la transubstanciación de las eventuales pérdidas por su actividad con los agentes privados (bancos y empresas, fundamentalmente) en riesgo soberano. Es decir, estos grandes actores financieros (bancos, fondos de inversión, de pensiones) han forzado al poder político (Angela Merkel es el paradigma) para que esa deuda privada se convierta en deuda pública. Lo que equivale a decir que el que responde ante un posible impago no es un banco o una empresa, sino el Estado. El prodigio de la transubstanciación consistió en cargar sobre España como país deudas que son privadas. Los alemanes han conseguido imponer a los gobiernos españoles, tanto al de Zapatero como al de Rajoy, esa transformación de deuda privada en pública y nos lo hemos tragado sin rechistar. Ahora lo importante es que la canciller se vaya contenta.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista