Sobre el alambre del Banco Central Europeo
Ha llegado ese agosto tenso y severo que tanto se temía. Las declaraciones del presidente del Banco Central Europeo el pasado jueves deja un poso de cierta resignación a los Gobiernos italianos y español. La palabra rescate, el anatema que ni aquellos ni nosotros quieren siquiera mentar, revolotea. Ahora la piedra está en nuestro tejado. La piedra de la condicionalidad, macroeconómica y condicionante en suma de la política económica. Si quieren que el BCE actúe sobre la deuda hay que solicitarlo. De lo contrario, el Fondo no actuará, y solo lo hará firmando un memorándum, más suave que el rescate duro que ha operado sobre griegos y portugueses, pero desechando la idea de flexibilidad y facilidad permisiva con que se nos había vendido la idea de cierto triunfo franco-italiano-español de hace un mes en Bruselas. Alemania no cede, bastión en este momento, no siempre ha sido así, del antiinflacionismo y no separarse un ápice del guion deficitario y de deuda trazado. Rigor y austeridad, imposición y firmeza. Caiga quien caiga, expíe sus pecados quién los tenga que expiar. En el olvido 2003, cuando franceses y alemanes se saltaron los umbrales.
Mario Draghi podía ir más allá. Pero no lo ha hecho. Los medios e instrumentos que la cumbre de junio habían, sobre el papel, o tal vez sobre el micrófono, puesto a su disposición parecían más amplios ante el no disimulado rechazo germano. Solo ha dicho una cosa cierta, el euro es irreversible. De no serlo, sería el fracaso seguro de la Unión Europea. El final. España está haciendo lo que se le ha pedido, disciplina fiscal, recortes y estabilidad, pero parece que aún no es suficiente. De seguir en esta senda la recuperación llegará más tarde, el crecimiento será tan débil como lábil por no decir prácticamente inexistente en los próximos meses y la financiación, un torpedo que nos lleva al desastre si sigue en las ratios actuales. Llevamos varios meses jugando sobre el alambre, con unos tipos de interés y una prima absolutamente descontrolada. Pero también injusta.
Pero ¿por qué la posición del Banco Central ha dejado fríos a los Gobiernos español e italiano que un día antes avizoraba, mediáticamente, la luz a la salida del túnel? Una Europa quiere ser solidaria, pero marcando el rumbo, el precio y la presión, otra quiere esa salvación, pero prácticamente sin precio alguno. Todo puede pasar a partir de ahora. Tanto énfasis del Gobierno por negar el rescate bancario, actúa como un ricino donde la soberbia y la política dejan paso a la realidad y la imposición. El Banco Central comprará deuda, pero poniendo sus condiciones, jugando una partida de ajedrez donde rey y reina, torres y alfiles los coloca ella sobre el tablero con la anuencia más o menos conforme germana. Es el precio del alivio, de la corrección del desvío de las cuentas públicas, del gasto desbocado, de una expansión de lo público incontenible, hemorrágica durante años y años y un excesivo sobreendeudamiento también privado.
Draghi, Berlín, o si prefieren Fráncfort, no tienen prisa. La decisión es de los Gobiernos, tienen que pedir, rubricar y aceptar esa ayuda a modo de compra masiva y por el momento, parece, al menos lo parece, ilimitada de deuda. Al menos sobre el guion y para aplacar la furia especulativa de los acreedores, se renuncia al carácter privilegiado como acreedor del Fondo europeo de estabilidad financiera, el único ya salvavidas del Gobierno, y que sería bien aceptada por el resto de acreedores al no verse subordinados al crédito del Banco Central y su blindamiento privilegiado.
España sabe que ahora mismo, y sobre todo con el efecto inflacionista que tendría, solo la asistencia financiera masiva a través de la compra de bonos y deuda, reduciría la prima de riesgo y los tipos de interés que estamos pagando y que está condicionando todo nuestra política macroeconómica para los próximos años y que habrá que refinanciar. En el alambre del BCE se juega la antepenúltima partida. Las opciones prácticamente se acaban si aún queremos seguir en la partida. De lo contrario otros serán los jugadores que jueguen por nosotros pero con intereses distintos. Es el precio del fresh money, es el precio de nuestros excesos de antaño, de las imposiciones de fuera y de una realidad que escapa a todo lo que hasta ahora percibíamos como controlable. Y parece que no hay otro camino. Otra cosa es como lo quieren maquillar los Gobiernos italiano y español. Indecisos pero sabedores que no hay otra salida. Nada es gratis.
Abel Veiga Copo. Profesor de derecho mercantil de Icade