El tortuoso camino de la recesión
Estadística confirmó ayer que el producto interior bruto (PIB) descendió en el segundo trimestre del año un 0,4% respecto al primero, con una aceleración en el ritmo de la contracción. La economía encadena así tres trimestres seguidos de descenso dentro de un ciclo de estancamiento que se prolonga 17 trimestres, entre los que se han colado algunos de avance del producto, únicamente sustentados por la expansión del gasto público. Desde el segundo trimestre de 2008 la economía española ha entrado en una recesión que está a punto de cumplir cinco años, con descenso del empleo en todos y cada uno de los trimestres y con ausencia de síntomas claros de estabilización, y menos aún de recuperación.
Aunque la mayoría de las variables de la demanda se mantienen en la atonía del estancamiento o con ligeros descensos, la inversión ha sufrido un descalabro monumental, víctima de los propios excesos de los hogares y las empresas, y ahora presa de la falta de financiación. Esa es la principal variable a recomponer para recuperar el crecimiento económico, puesto que el consumo como tal se ha estabilizado, pese a que el descenso del empleo y de la renta disponible para el medio plazo no ha terminado de caer.
La demanda externa sigue mostrando vigor y proporciona un pequeño alivio al crecimiento en España. Pero la consolidación de la recuperación solo llegará cuando lo haga la inversión, puesto que es esta variable la que movilizará el empleo, que a su vez multiplicará el consumo. Pero hoy hay más incertidumbres que certezas sobre la inversión.
Atenaza la inversión el alto grado de endeudamiento, que tiene que purgarse lentamente a medida que se amortizan las obligaciones de pago de empresas y familias. Pero el obstáculo más difícil de superar está en la intangible falta de confianza y en la tangible carestía de la financiación, así como en su escasez. Una y otra tienen relación directísima y deben caminar juntas. Todo lo que se haga por despejar las dudas sobre la confianza se hará en beneficio de la financiación, y viceversa.
El Gobierno tiene menos margen hoy para estimular la inversión que cuando llegó a Moncloa. Las circunstancias han cambiado y su natural ideario de estímulo fiscal a la formación bruta de capital es ahora inútil, puesto que sus obligaciones presupuestarias le obligan incluso a hacer lo contrario a lo pretendido. Por tanto, todos sus esfuerzos deben volcarse en abaratar la financiación, que no se conseguirá si antes no se devuelve la confianza a los inversores extranjeros. Con el margen temporal que ha concedido Europa, el Gobierno debe extremar el control del déficit, más allá de la exigencia de los socios, para que el convencimiento de los financiadores tenga reflejo en el precio del bono, y este en la disposición de recursos a la actividad privada y a un precio aceptable. El de ahora no lo es.