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Columna
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BCE

Es difícil acostumbrarse a la ambigüedad en que se mueven nuestros políticos (europeos) a la hora de enfrentarse a la crisis del euro. Así, ya no es extraño escuchar al ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, aplaudir un día al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, por sus comentarios en defensa del euro para, unos días después, limitar su margen de maniobra al mismo tiempo que resta importancia a la reciente tensión del mercado. Aunque solo sea por no amenazar la credibilidad del BCE, también por no restarle poder de persuasión en el futuro, la clase política debería ser prudente a la hora de transmitir mensajes al mercado.

Pero el debate sobre qué hacer para combatir la crisis dentro del BCE también es público. Los últimos comentarios desde el Bundesbank o el anuncio, sin duda intencionado, sobre una próxima (y crucial) reunión entre los presidentes del BCE y del Buba, Jens Weidmann, son buenos ejemplos de la existencia de fuertes discrepancias sobre las medidas a tomar. Todo esto contribuye a la incertidumbre de los inversores sobre el futuro de la moneda única. El resultado ya lo conocen. Lo sufrimos desde hace ya cuatro años: hastío y aburrimiento, también pesimismo sobre el futuro del euro, al mismo tiempo que se destruye el mercado financiero europeo limitando las posibilidades de financiación de algunos países y se acentúa el goteo de salida de dinero internacional del conjunto de la zona.

Un papel bienintencionado que he leído hace poco recomendaba a la clase política europea que amortiguara el impacto negativo de los problemas de diseño del euro para más tarde (o de forma simultánea) enfrentarse directamente a estos problemas de diseño. Seguro que todos estaremos de acuerdo en que la reciente cumbre europea de junio ha sentado las bases para la unión bancaria y una unidad mínima fiscal. ¿Y la unión política? Ya veremos. Pero es evidente que se ha dado un paso cualitativo relevante para corregir el problema institucional del euro. Poco a poco, dirían algunos Gobiernos europeos; es preciso avanzar más, les responderían el resto.

Los primeros se benefician, pero nunca lo reconocerán, de ser el refugio del dinero dentro de la eurozona. Los segundos observan con horror tanto el estrangulamiento financiero del sector privado interno como el deterioro de la credibilidad que supone la escalada del riesgo país. Los primeros pedirán medidas de ajuste adicionales a los segundos para recuperar la confianza de los inversores. Los segundos pedirán medidas de solidaridad financiera (eurobonos) o al menos la actuación del BCE o cualquier otra institución europea (Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, FEEF) para poner un freno al deterioro del mercado.

Al final, todos perdemos con la crisis. Aunque algunos no quieren reconocerlo o simplemente no están dispuestos a asumir mayores riesgos financieros para resolverla. Tal vez ponderan más la perspectiva política doméstica a corto plazo frente a la supervivencia del euro a medio y largo plazo. Pero no se engañen, ya que los países cuestionados también se encuentran con una clase política dividida sobre los ajustes a asumir para su permanencia en el euro. Al final, la crisis del euro no deja de ser política.

No les quiero aburrir al reiterar que el BCE tiene un papel fundamental para amortiguar el impacto de esta crisis política. Por un lado, puede intervenir para comprar deuda pública en el mercado y reducir con ello el riesgo país. Por cierto, ¿acaso no es independiente en sus decisiones frente a la presión de algunos países? Perdón, de algunos consejeros. No es la primera vez que toma decisiones por mayoría y no tanto por unanimidad. Pero, lo admito, no es un buen mensaje al mercado. El BCE también debe decidir si un país es merecedor de la compra de deuda a cuenta del FEEF (o del MEDE en el futuro). Y ejecuta esta intervención, aunque debe ser solicitada por el país en cuestión.

Pero hay algo más: el BCE se ha convertido en el futuro supervisor único de la banca europea, aunque de forma operativa probablemente se centrará en los principales bancos que pueden plantear riesgo sistémico. Más allá de las cumbres europeas o del Eurogrupo, el BCE se convierte de hecho en el factor que cohesiona la zona euro frente al mercado, cubriendo de esta forma la lentitud en la toma de decisiones políticas. Otra cosa es que la autoridad monetaria europea sea consciente de esto. Tras escuchar con atención el reciente mensaje de su presidente, al menos él si lo es.

José Luis Martínez Campuzano. Estratega de Citi en España

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