Ajuste y desigualdad
Las medidas presentadas ayer por Mariano Rajoy representan el final de la escapada del presidente. Meses y meses negándose a aceptar la realidad y, finalmente, esta le ha atrapado. No es que nada de lo sugerido haya sorprendido, ya que sus propuestas estaban encima de la mesa desde que el ministro Montoro presentó el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, de los que significan una corrección en toda regla.
No comparto el grueso de las críticas de sindicatos y oposición, aunque hay una parte no menor que me parecen adecuadas. No las comparto porque forman parte del autoengaño en el que ha vivido el país, antes y después de la crisis financiera. En cambio, sí comparto la crítica sobre su asimetría, su marcado sesgo hacia los sectores más débiles. Déjenme ampliar ambos extremos.
España ha estado viviendo, desde 2008, en un continuado estado de autoengaño, del que solo salimos transitoriamente entre mayo y diciembre de 2010, cuando el expresidente Zapatero regresó de la cumbre en la que se rescató a Grecia. Entonces se tomaron medidas que recuerdan las adoptadas ahora, con incrementos del IVA y reducción de salarios de la función pública, junto a congelación de pensiones y otros recortes de gasto. Pero 2011 fue un año de elecciones, y ahí el ajuste se paró, añadiendo otro 9% del PIB al stock de deuda pública. Así, con la excepción de aquellos meses de 2010, el país no ha querido entender la dureza de lo que nos aguarda.
En este orden de ideas, cabe destacar que la insistencia en que la austeridad está matando el crecimiento español es uno de los mitos más bien construidos y, por repetidos, más bien aceptados de hoy. ¿Austeridad entre 2008 y 2011? Se me hace difícil aceptar este palabro para unas cuentas que han incorporado en cuatro años el equivalente al 34% del PIB (cerca de 400.000 millones de euros de hoy) a la deuda pública existente, de forma que probablemente cerraremos el año 2012 rozando el 85%, si el Fondo Europeo de Estabilidad no financia directamente el rescate bancario.
Esta escapada colectiva ha llegado a su fin. Nos guste o no, el ajuste final está aquí, y va a instalarse por un periodo de tiempo no menor, hasta resituar las cuentas públicas en valores más aceptables a los actuales. Ni los mercados, ni el BCE, ni la Comisión Europea ni, por descontado, la señora Merkel nos van a tolerar continuar con esa dinámica. Si queremos que nos ayuden, comencemos por nosotros mismos.
Otra cosa, totalmente distinta, es el reparto de los costes de ese ajuste. Ahí sí que las propuestas del Gobierno del Partido Popular patinan, y muestran un preocupante sesgo hacia una distribución en contra de los sectores más débiles del país. Y con ello se rompe una línea de actuación del PP que, así me lo pareció en enero pasado, parecía sugerir propuestas económicas más centradas. Este fue el caso de las medidas fiscales de finales de 2011, cuando se elevaron los tramos del IRPF y, en especial, de los más elevados; o cuando se aumentó substancialmente, desde el 21% al 27%, la tributación de las rentas del capital.
El paquete anunciado ayer por Mariano Rajoy no continúa en esta línea. Centra los aumentos de ingresos en el IVA, un impuesto que grava de forma más intensa a aquellos con menor renta, los que gastan una proporción más elevada de su ingreso en bienes de consumo. Y conviene recordar ahora que un 60% de los hogares españoles no puede ahorrar, de forma que toda su renta se ve gravada por esa imposición indirecta. Rajoy se ha olvidado de modificar figuras fiscales que, como las Sicav, significan un agravio intolerable en estos momentos. Tampoco ha alterado el gravamen de las rentas del capital. Ni, por descontado, ha emergido una figura, como la de un impuesto extraordinario sobre las grandes fortunas, que permitiría equilibrar las cargas. Finalmente, irrita especialmente la reducción de las prestaciones de desempleo a partir del sexto mes, con el pretexto de incentivar la búsqueda de ocupación. En un país que ha destruido casi un millón de puestos de trabajo entre julio de 2011 y marzo de 2012, y más de 3 millones desde el inicio de la crisis, eso suena a sarcasmo, añadiendo más dolor a un colectivo, el de los parados, que es el más desprotegido de todos.
Lástima de medidas. Necesarias, pero sesgadas. Ello no va a facilitar el deseable consenso social que deberíamos obtener para afrontar los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir. Rajoy ha perdido una magnífica oportunidad de obtener un consenso imprescindible.
Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)