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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa se juega más que su moneda en Grecia

Hay que volver la memoria a los primeros años noventa del siglo XX para encontrar un momento política y económicamente tan crítico para Europa como el actual. Hoy vive pendiente de unas elecciones en Grecia, que puede romper las amarras con sus socios y detonar la unidad monetaria, el proyecto económico más ambicioso del planeta desde la Segunda Guerra Mundial. Los desajustes económicos entre los miembros del Sistema Monetario Europeo pusieron entonces, en los noventa, contra las cuerdas a aquel embrión de Unión Monetaria, que vio cómo la libra tuvo que salir del engranaje por la presión de la especulación, y cómo el resto de las monedas tenía que abrir las bandas de fluctuación sobre el marco alemán para no romper las costuras de un traje cambiario diseñado como paso previo a la moneda común.

Hoy, si aquel mecano estuviese en vigor, habría saltado también por los aires y no se habría podido respetar ni una sola de las bandas de fluctuación de las monedas, por generosas que fuesen. Pero como los cambios establecidos cuando arrancó la moneda son fijos e inamovibles para siempre (de qué tipo de moneda común estaríamos hablando si no fuera así), se corre el riesgo de que estallen las economías mismas. Como no hay posibilidad física de devaluar monedas nacionales que no existen, hay que devaluar los componentes subyacentes de la economía (costes y precios sobre todo) para recomponer la competitividad y evitar que las economías se vayan por el sumidero. Parecía evidente cuando arrancó que no era posible una unidad monetaria sin una unidad económica, como evidente parece que esta tampoco lo es sin avances muy importantes en unidad política e incluso militar, en un ejercicio que supone una cesión de soberanía nacional a todos los niveles.

Pero los elementos de esa unidad no pueden limitarse a diseñar la misma política económica en todos y cada uno de los países que forman la moneda (los particularismos ejercidos soberanamente en los procesos electorales lo dificultarían), y deben limitarse a acercarse lo más posible con objetivos fiscales similares, políticas laborales similares, niveles formativos de la población similares, y un mecanismo común que dé estabilidad a la financiación de las economías. Como en los Estados Unidos de América, los de Europa no podrán funcionar mucho tiempo sin colapsar la Unión Monetaria si no hay unidad bancaria (con supervisión, mecanismos de rescates bancarios y fondos de garantía de depósitos comunes) y unidad fiscal (con Tesoro común que emita para países con cuentas públicas coherentes). Todos estos elementos son imprescindibles para la estabilidad futura. Pero dado que la maduración de esta transformación, de la que no todos los países europeos están convencidos, precisa demasiado tiempo, solo se puede restablecer la estabilidad en el presente si se marca un calendario para la creación de cada uno de sus elementos, como en el pasado se hizo con el SME, con el euro o con los objetivos de convergencia.

Hoy la Unión está al borde del colapso. Se mantiene viva por la convicción de que es más caro derruir lo construido que terminar de edificar lo que falta. Pero no resistirá mucho tiempo así. Una parte considerable de los inversores han planteado una enmienda a la totalidad del euro y avanzan cada semana castigando la deuda soberana y cercenando la credibilidad de países cada vez más determinantes para su sostenibilidad. Eso demuestra que el problema no está en las ramas (Grecia, Portugal, España o Italia), sino en la raíz, en la construcción de la UME.

Grecia es el ensayo a pequeña escala del futuro si no se corrige a tiempo el marchamo de las cosas. La crisis monetaria ha devenido en crisis económica y esta en una crisis política permanente que amenaza con devastar el país, que ha llegado ya al punto de no retorno de la ingobernabilidad. Las elecciones de este domingo son tan importantes para Europa como para los griegos. Cualquiera de los resultados será complicado de gestionar. Pero entre griegos y europeos tienen que impedir que un país abandone la moneda, y lograr que se mantenga en ella con esperanza de recuperar la dignidad socioeconómica. Y es responsabilidad de todos echar un salvavidas para que Grecia no se hunda en el Egeo, porque con ella se hunde el euro y con él la reputación económica y moral de Europa.

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