Lo que Rajoy no dijo
Fue una comparecencia forzada. Se había criticado mucho al presidente del Gobierno por no haber comparecido el sábado, uno de los días más difíciles, diga lo que se diga, para España. Y el presidente compareció con un discurso calculado milimétricamente. Llegó sonriente, sereno tras pasar las dos últimas semanas de su presidencia, presionado hasta el límite por Bruselas, el Fondo Monetario e incluso el presidente estadounidense.
Rehusó emplear el vocablo rescate, la estrategia ha sido esa durante toda la semana, desde la negativa, incluso de la vicepresidenta el pasado viernes cuando la agencia Reuters ya daba por hecho el rescate al sistema financiero bancario. El Gobierno es consciente de que las reformas de reestructuración financiera no han evitado esta intervención, en palabras de Rajoy, "línea de crédito" y en palabras de su ministro de Economía, Luis de Guindos, en condiciones muy favorables. Sin embargo, no conocemos la letra pequeña habida cuenta de que el memorándum, que ante Bruselas firmará el Gobierno de España, que no el sistema financiero, no está todavía ni escrito ni suscrito. Rajoy se aferró a su discurso de investidura, a su confianza en la credibilidad, en el crecimiento, insistiendo en que no haría milagros. Lo repitió hasta la saciedad, y obvió lo que se nos ha ido diciendo, tras cada consejo de ministros, cuando se han intentado justificar reformas que hace solo una semana Bruselas cuestionó por su eficacia y todavía corto recorrido.
Más allá del empleo caprichoso, por unos y otros, de los términos y de los conceptos, a corto plazo esta inyección multimillonaria para el 30% de las entidades financieras, (fundamentalmente anteriores cajas de ahorros) es positivo. A corto sí, pero a medio y largo plazo esa cantidad, con sus intereses, hay que devolverla. Y esto son palabras mayores que hoy parece que no se quieren escuchar. Devolver cien mil millones de euros exige, por lo pronto, rigor fiscal y rigor en las cuentas públicas, sin desvío de un milímetro y sin más balances ocultos como los que han aflorado hace unas semanas, tal y como ha sucedido en comunidades que eran puestas como ejemplo de gestión. Seguirán los recortes, continuará la reducción del gasto público porque hay que cuadrar, ahora sí, el déficit aun a pesar del otro balón de oxígeno que nos da la Unión Europea, al aplazar un año alcanzar el deseable, y en nuestro caso exigible, 3%. Este dinero se da al Gobierno condicionadamente y con un solo objetivo, sanear y reestructurar el sistema financiero, y es el Gobierno el que tendrá que decidir cómo se va a hacer. Esperemos no más errores, medias tintas, amagos y dislates. Pero ahora bien, ¿dónde van a emplear este dinero las entidades que lo soliciten? Sinceramente, no va a revertir, por lo pronto, en la economía real, en el crédito a hogares, empresas e inversión, y de serlo será en una cuantía mínima.
Ese dinero se necesita para sanear balances, dotar provisiones y tapar muchos desvíos contables. Y lo más importante, y algo que no nos ha dicho el presidente del Gobierno ni su ministro de Economía, este dinero no lo van a devolver los bancos, sino el Gobierno, que es a quien se le presta, lo que supondrá que el ciudadano soportará las consecuencias de políticas de austeridad, recorte, reducción y reformas. Esta es la otra cara de la moneda, la que no se quiere decir ni ver en público y que contrarresta los adalides y discursos de alegría, de respiro y positividad que esgrime el Gobierno.
Afortunadamente, los cien mil millones vienen para sanear un sistema que ha sido incapaz de dar lecciones a nadie, ciego de sí mismo, y cegado por la voracidad especulativa, la borrachera inmobiliaria y una relajación absoluta de la aversión al riesgo. Y esto sí es positivo. Aunque probablemente en próximas fechas incluso se incremente la cifra. Pero ¿qué supone para el ciudadano? Muchas cosas. Por mucho que el rescate no sea al Estado o al país, como sí ha sucedido en otros países de la Unión Europea, si bien en ese momento el mecanismo que ahora se adopta por vez primera para España y con España no existía en 2010 para Irlanda, para Portugal ni tampoco para Grecia.
Se relajará la prima de riesgo, los mercados nos darán tregua por unas semanas y habrá que esperar. ¿A qué? Al comportamiento de nuestra economía, a las cifras de nuestras autonomías, al desempleo galopante y que no sabemos atajar y a un crecimiento que no llega en un escenario de recesión durísima que todavía no hemos podido sortear. Esa es la realidad de la que no habló un aparentemente tranquilo presidente del Gobierno. Demasiados meses sin comparecer, sin ruedas de prensa y sin transmitir una tranquilidad para los ciudadanos a los que él agradece sin embargo una ciega ejemplaridad y confianza en sus reformas.
Todo lo hecho por el anterior Gobierno ha servido de poco, prácticamente de nada; al contrario, ha agravado una situación de por sí grave. En cinco meses, el actual Ejecutivo ha tomado conciencia de la situación y ha tratado de parchear tímidamente la situación creyendo que todo se solucionaría con los tiempos que marca Rajoy y siempre ha marcado en su vida política. España por sí sola no ha podido sanear su sistema financiero, esa es la verdad y, en cierto sentido, es un fracaso. Afortunadamente, la salida de la crisis solo podía ser una salida europea y tras la presión de Bruselas y Berlín sobre todo, el Gobierno se ha rendido a la evidencia, ha aceptado el rescate bancario y lo muestra, además, como un logro del Ejecutivo. Ahora toca lo más difícil, pero de ello no se habla. Esperemos que la pira griega se calme o todo empeorará aun más.
Abel Veiga. Profesor de Derecho Mercantil de Icade