La banca europea y el trato a sus clientes
Los bancos europeos están tratando a sus clientes minoristas como marionetas. Han vendido volúmenes crecientes de sus propios bonos a ingenuos clientes minoristas. Estas inversiones parecen, como poco, desaconsejables. También complican los esfuerzos gubernamentales para imponer el dolor sobre las entidades, en vez de sobre los contribuyentes.
Los bancos españoles se jactaban desde hace tiempo de su habilidad para vender una gran variedad de productos financieros a sus clientes. Pero la relación se ha vuelto demasiado íntima. Los bancos han lanzado miles de millones de euros tanto en bonos como en instrumentos híbridos que ahora resultan ilíquidos. De los 65.000 millones de deuda subordinada emitida por las entidades crediticias del país, el 62% es propiedad de los clientes minoristas.
Del mismo modo, los bancos italianos y franceses siempre han lanzado bonos no garantizados a los inversores minoristas. Pero esta práctica tiene varios defectos. Primero, no amplía la cantidad de financiación disponible para los bancos: el flujo de efectivo en bonos tiende a provenir de cuentas de depósito. Segundo, las inversiones parecen cada vez más arriesgadas: algunos bancos españoles han convertido acciones preferentes en ordinarias o han dejado de pagar los cupones.
Pero el mayor problema es que mezclar a depositantes minoristas con tenedores de bonos hace más difícil a los Gobiernos el imponer las pérdidas sobre los inversores privados. Por ejemplo, BFA Bankia, que está recibiendo un rescate de 19.000 millones de los contribuyentes. Convertir los 4.000 millones de euros de participaciones preferentes en circulación en acciones ordinarias habría ayudado a reducir la factura. Pero los gestores lo han descartado por miedo perjudicar a los que compraron los títulos.
Es poco realista pensar que los clientes minoristas pueden distinguir entre depósitos asegurados por el Gobierno y títulos bancarios con riesgos potenciales. También es irreal pensar que los bancos pueden manejar los conflictos de interés que surgen al ofrecer ambos. En lugar de intentar regular la venta de bonos bancarios a los clientes minoristas, los Gobiernos deberían simplemente prohibirla.
Por PETER THAL LARSEN; FIONA MAHARG-BRAVO