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Tribuna
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El lobo feroz

Los cuentos, los refranes, así como cualquier otra forma de transmisión de conocimiento no científico, deben, para perdurar y permanecer creídos, ser transmitidos y enseñados en la infancia. No es casualidad que los que están en el negocio de la fe también lo estén en el de la enseñanza. Hay que tener cuidado con lo que le contamos a nuestros niños, ya que aunque siempre nos acordamos de desmontar al Ratoncito Pérez, Papá Noel y compañía, dejamos indemnes otros mitos y creencias. Casi siempre, porque nosotros mismos ya fuimos embaucados en su momento y no los vemos como tales, los consideramos ciertos.

Estos cuentos quedan, como virus informáticos, instalados en nuestro sistema operativo, mediatizando nuestra manera de ver el mundo e instalando premisas falsas sobre las que llegamos, lógicamente, a resultados falsos.

Si hay un cuento que aborrezco profundamente es El cuento de la lechera. Cuando a un anglosajón se le plantea un buen negocio, piensa en Facebook, eBay o Coca-Cola, cuando nos lo plantean a nosotros, automáticamente nos acordamos de la lechera de marras.

¿Por qué hace el autor que se le caiga el cántaro? ¿Por qué es una lechera y no un lechero? Muy sospechoso. Esta mujer, que tiene un plan de negocio maravilloso, los medios y las ganas de llevarlo a cabo, todas las de la ley para un final feliz, modelo tipo La riqueza en la base de la pirámide de C. K. Prahalad, carne de microcrédito o subvención a jóvenes emprendedores, sin embargo fracasa. El autor le tira el cántaro al suelo. Que inventen otros. Para rematar el cuento, su final es: "… y va a excusarse ante su marido con gran peligro de recibir una paliza".

Los que nos ganamos la vida llevando cántaros de aquí para allá deberíamos tener un final alternativo que transmitir a nuestros hijos. Más en la línea: Petrita acertó, tuvo éxito y es por eso que ahora su empresa cotiza en el Ibex 35.

¿Qué decir de Los tres cerditos? Responsables en el imaginario colectivo español de la necesidad de comprar un piso para estar a salvo. Ese tercer cerdito, el de la casa de ladrillo que te libra de todo mal. Menudo negocio, el del ladrillo. Gracias por el consejo, amigo cerdito.

Mientras la cigarra estadounidense se forra con los derechos de autor de toda su industria cultural, domina las nuevas tecnologías e impulsa su economía a base de consumo interior, generando la clase media más potente del planeta, las hormigas europeas echan de menos sus humeantes fábricas, envidiando a China en su laboriosidad de siglo XIX. ¿Queremos hormigueros?

Intentemos analizar la actual situación europea, tomando como matriz el cuento de Caperucita roja. ¿Qué papel adjudicamos a cada actor? æscaron;ltimamente el lobo es el déficit. Caperucita es el sur de Europa, algo desobediente a las instrucciones de su madre, el CDU alemán, sin ayuda posible de su abuelita, el indefenso BCE. La única esperanza es el cazador. En esto no hay duda, pero sí dos escuelas de pensamiento. Una, dejar de dar de comer al cazador, para que pierda peso, se ponga cachas y acabe con el lobo a codazos. Dos, comprar al cazador todo tipo de armas para que pueda vencer al lobo. Se pierde de vista algo fundamental, si el cazador no llega a tiempo, da igual el sistema que se use, Caperucita es devorada por el lobo.

Estos personajes van rotando, dependiendo del electorado nacional. En Berlín, Alemania es Caperucita y Grecia, el lobo. Lo cual no deja de tener guasa si no fuera por lo triste del resultado. Si queremos entrar en profundidad llegaremos a la conclusión de que nos faltan lobos en el cuento. En cada país, el lobo es el Gobierno de turno, el partido de la oposición, la clase política en general, los bancos, los mercados (qué gran personaje, necesitaría un cuento para él solo).

A este cuento cada uno se trae su lobo, por lo que es muy complicado ponerse de acuerdo para combatirlo. ¡Que se vaya Grecia del euro ! ¿Y por qué no Alemania? Tiene mucho más sentido. Devaluación automática del euro frente al dólar, eurobonos y un BCE como prestamista de última instancia.

¿Y si nos quedamos todos dentro y peleamos por lo nuestro? Supongamos que el lobo son los grandes bloques económicos fuera del euro, con legítimos intereses comerciales y financieros opuestos a los nuestros. Supongamos que el lobo somos nosotros mismos, la desunión de los europeos, el descrédito, más que merecido, de sus instituciones.

Si dejamos al lobo en paz, por falta de acuerdo o por abundancia de los mismos; ¿qué nos queda? Pues el único personaje que aporta soluciones es el cazador. Pongámonos a ello: ¡cacemos al lobo! Con cuidado de no cargarnos a la abuelita en el proceso, claro.

Carlos Rosales. Director general de Nostromo

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