Hola a cien años de represión financiera
Solo es simbólico. El Gobierno británico está tomando prestado como si no hubiera mañana, por lo que emitir unos pocos miles de millones de libras en deuda a 100 años o perpetua será una anécdota dentro de su billonario océano de deuda. En comparación con los valores en cartera del Banco de Inglaterra, que están camino de los 325.000 millones de deuda, la venta de inversiones no rentables al sector privado parece miserable.
Aun así, lo simbólico cuenta. Olviden la suerte de aquellos que compraron bonos perpetuos con un cupón del 2,5% en 1946. Su valor principal real ha retrocedido un 97%, y cayendo. Piensen en el presente. Con un posible rendimiento nominal del 4%, el rendimiento real actual sería ligeramente negativo, en línea con la deuda del Gobierno ligada a la inflación.
Para Reino Unido, se necesitaría una revolución monetaria para convertirse en una tierra de baja inflación duradera. El país tiene un sector público y doméstico enormemente endeudado y un gran déficit fiscal. El banco central está más interesado en promover el crecimiento del PIB y reducir la tensión del apalancamiento que en mantener la inflación baja. Ese es el por qué pronto poseerá un tercio de la deuda neta pendiente del Gobierno.
Estas compras socavan la explicación normal que se da a los rendimientos ultra bajos en los bonos ultra largos: que el mercado ha dado su juicio objetivo. Con el Banco de Inglaterra comprando y los reguladores requiriendo a los bancos y a otras instituciones que se carguen de bonos emitidos por el Gobierno, el mercado está tan lejos de ser libre que su veredicto es un galimatías.
Un inversor sin restricciones que asuma un bono a 100 años parecería un necio. Pero es probable que haya los suficientes inversores como para hacer de la emisión un éxito. Esa es la represión financiera a la máxima potencia. El Gobierno empuja a los inversores a aceptar rendimientos bajos o negativos, pero tan sutilmente que los incautos no se dan cuenta de lo que está pasando. Si la emisión tiene éxito, será una simbólica victoria del Gobierno sobre los ahorradores.
Por Edward Hadas