El déficit estructural, ¿un enigma para tiempos de crisis?
El déficit estructural se asemeja a los recortes: solo sale a relucir cuando hay crisis. Pero, ¿qué es exactamente? ¿Es más favorable en estas condiciones que el tradicional?
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, está cumpliendo a rajatabla la máxima James Joyce: "Ya que no podemos cambiar la realidad, cambiemos la conversación". Y se ha puesto a ello. Ya que está fuera de toda posibilidad cumplir el objetivo de déficit para este año (ese 4,4% marcado a fuego, pero inalcanzable desde la atalaya del 8,51% de 2011 desde el que se observa), se cambia la cifra y a la vez se mueve el debate a las arenas movedizas del déficit estructural, ese que sí se va a cumplir (Rajoy así lo asegura), aunque nadie sepa qué es. Todo arreglado, un camino aparentemente más fácil y Bruselas contenta (aunque habrá que esperar para comprobarlo). Pero, ¿es esta la realidad?
¿Qué es el déficit estructural? Todo parte del empeño de los economistas de dividir el déficit en dos componentes. Uno es el coyuntural, el que depende del ciclo. Otro es el estructural, aquel que emana de gastos fundamentales y permanentes. Llevado a la economía doméstica, una tarjeta Visa con números rojos permanentes a final de mes supone un déficit. Pero será distinto si se trata de gastos producidos por salir a cenar fuera o porque los niños han ido al dentista.
En el caso español, la subida del paro por la crisis hace que buena parte de los gastos en desempleo, por ejemplo, queden fuera del déficit estructural. En ambos casos (el nacional y el doméstico), la teoría dice que hay un déficit suprimible y otro que no lo es. Pero no es tan fácil discernir cuál es cuál. Puede que el dueño de la Visa en números rojos asegure que para su actividad es vital salir a cenar fuera. De la misma manera, esa familia que va al dentista puede tener números rojos porque ha ido al médico más caro.
En Europa se combinan las dos tendencias. La crisis que asola el Viejo Continente ha disparado el déficit cíclico de muchos países (España, pese a que Rajoy la haya puesto al frente de los focos, no es la única), pero lo ha hecho en unas naciones acostumbradas a tirar del teórico déficit estructural hasta la extenuación.
Europa se ha acostumbrado a vivir con ese tipo de déficit porque siempre ha tenido muy fácil encontrar financiación barata en el exterior. Francia, por ejemplo, lleva 35 años aprobando Presupuestos con un gasto superior a los ingresos. La crisis actual ha puesto en entredicho ese modelo. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, que entró en vigor en 1998, ya aspiraba a eliminar el déficit estructural. Y solo autorizaba números rojos de hasta el 3% del PIB de manera puntual y concreta. Pero esa excepción se convirtió en norma y la mayoría de los Estados han seguido aprobando presupuestos con déficit incluido, aunque inferior al 3%.
El resultado es que los países no se plantean suprimir el déficit (se han acostumbrado a vivir con él), así que se diseña una estructura del gasto sabiendo que el balance terminará con números rojos. Es como si se fuera al supermercado, que es un gasto estructural, pero llenando el carro todos los días con los productos más caros. Es un gasto fundamental y permanente, pero insostenible.
¿Una vida más fácil en el déficit estructural? Sobre el papel, cualquiera diría que la crisis y la explosión de los gastos dependientes del ciclo que ha provocado hace más fácil el camino del recorte si se tiene en cuenta solo el déficit estructural. Pero las cifras no lo dejan tan claro. Pese a la oscuridad que hay entorno a ellas, el discurso de Rajoy de la semana pasada en Bruselas permite hacerse una idea.
El punto de partida es el 8,5% de déficit total con que se cerró 2011, según las cuentas divulgadas. Desde ahí, el objetivo del Gobierno es quedarse en el 5,8% este año, del que un 3,5% es déficit estructural, porque eso es lo que marca el Plan de Estabilidad presentado por el anterior Ejecutivo a Europa y que Rajoy se ha comprometido a cumplir.
La clave es saber cuál fue el déficit estructural de 2011. Rajoy dijo que este año se recortarán 3,5 puntos de esta partida, así que basta sumar esta cifra al déficit estructural previsto y que se promete cumplir (3,5%) para llegar al punto de partida. Una vez constatado que el 7% fue el déficit estructural del año pasado, se compara con el 8,5% total y la conclusión es que el déficit cíclico fue del 1,5%. Ahora se toman esos números y se comparan con lo que dice el Pacto de Estabilidad para 2011. El resultado es que el déficit cíclico se desvió 0,2 puntos por encima de lo previsto, mientras que el estructural lo hizo 2,3 puntos.
Según las cuentas de Rajoy, por tanto, el problema nacional es estructural y eso hace que el recorrido a la baja vaya a ser muy duro y con dolor en los puntos más sensibles.
¿Cómo se computa el déficit estructural? Ahí está otra de las claves. El déficit fiscal, el total, es una simple resta. Para llegar al estructural no hay una fórmula homogénea y definida para toda Europa, así que al final se trata de presentar unas cifras ante Bruselas y justificarlas de forma convincente. Al otro lado de la mesa están unos funcionarios comunitarios que toman dos referencias, el potencial de crecimiento de cada país y su evolución real en ese momento, y sacan sus conclusiones sobre el impacto efectivo del ciclo de la diferencia entre ambos números.
El resultado es una cifra poco objetivable y que ha llevado en el pasado a discusiones interminables (todavía se recuerdan las tensiones con Alemania en 2003). Pero, lo más importante, es el matiz ideológico o político que hay detrás. Puede que el gasto adicional por desempleo provocado por un crecimiento del paro sea déficit cíclico, pero cómo son las prestaciones que paga un país, más altas o más bajas, más largas o más cortas, es un tema estructural.
Cíclico para lo bueno... y para lo malo. Hay expertos que defienden hablar solo de un déficit total, con objetivos claros. Otros aseguran que eso llevaría a una inflexibilidad paralizante, con nulo margen de maniobra. De todas formas, eso dependería de la meta en cuestión, argumenta un tercer grupo, más estricta o más expansiva.
En cualquier caso, el déficit estructural no depende del ciclo, como puede llevar a pensar su propensión a aparecer solo en momentos de crisis. En las últimas décadas, solo ha salido a relucir en los malos momentos. Si es un ideal, lo es en lo bueno y en lo malo. Y es que también hay superávits cíclicos, provocados por explosiones del ladrillo y crecimientos de empleo que se saben a priori insostenibles.