El principio del fin para Vladimir Putin
Pocas veces unas elecciones tuvieron un significado tan contrario a sus resultados oficiales. Vladimir Putin fue elegido por tercera vez como presidente ruso con un 65% de los votos. Pero este aparente respaldo es también el principio del final. El hombre fuerte del Kremlin parece ahora tan alejado de su país que es poco probable que cumpla con sus seis años de mandato.
Inversores, tanto extranjeros como rusos, han celebrado la elección de Putin. Apuestan a que la estabilidad prevalecerá y que las reformas prometidas durante la precampaña serán implementadas. Les debe de reconfortar que el protegido de Putin, Dimitri Medvedev, pasará de la presidencia a su antiguo cargo de primer ministro.
Pero están equivocados, tanto en lo de las reformas como en lo de la estabilidad. Las primeras serán lentas e insignificantes para aplacar a los miles de manifestantes que han estado en las calles desde el evidente fraude de las elecciones parlamentarias de hace tres meses. La oposición reclama que se han sucedido miles de irregularidades durante la votación del domingo. Pero Putin no ha tenido ni que amañarlas para ganar. Ese engaño es un testimonio de lo absurdo del sistema. El nuevo presidente no lo entiende.
La contradicción de Putin es que él no puede traer las reformas importantes que el país necesita -un verdadero mandato de la ley, protección de los derechos de propiedad y otros derechos individuales- porque ello requeriría erradicar la corrupción integrada en el sistema que él y sus amigos han construido en los últimos 12 años. Puede seguir haciendo ruido. Pero sin resultados, será visto, como mucho, como un impotente. En el peor de los casos, como un cómplice en un sistema corrupto.
Putin también puede seguir haciendo ruido sobre las reformas pero al mismo tiempo moverse en la dirección contraria -una campaña más severa contra la oposición y una mayor generosidad hacia su base electoral-. Pero Rusia necesita más, económica y políticamente. Sus cada vez más formados compatriotas han decidido que quieren derechos civiles normales. Si no los entrega (y probablemente no lo hará), están listos para hacer borrón y cuenta nueva.
Por Pierre Briançon