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Rajoy está jugando con fuego

Como buen gallego, Mariano Rajoy debe estar acostumbrado a hacer queimadas sin correr peligro de chamuscarse. Pero el presidente del Gobierno español no parece tan ducho en hacer el conjuro para calmar las iras de Bruselas y evitar que España se convierta en el primer país de la zona euro en ser sancionado por violar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

Rajoy debería saber que no hay casi nada tan inflexible como un burócrata con manguitos, visera y reglamento en mano. Y que por mucha razón que tenga España en pedir una revisión de los objetivos de déficit público pactados por el anterior Gobierno, debe presentar la solicitud en tiempo y forma, añadir la documentación pertinente y pegarle por si acaso varias pólizas, salvo que el Alfonso Guerra de guardia las haya suprimido.

Pero en lugar de seguir los procedimientos reglados, España se ha saltado la cola (donde Bélgica, Hungría, Portugal, Grecia o Irlanda, también esperan una relajación de programas de ajuste) y ha vociferado ¡qué hay de lo mío! ante la ventanilla de Olli Rehn, el comisario de hielo. La respuesta, en finlandés, en inglés o en español, siempre ha sido la misma: el formulario no está completo, así que no se puede tramitar.

La actitud de Bruselas no responde a una lógica económica, sino política. Bruselas quiere demostrar que el Pacto de Estabilidad 3.0, recién estrenado, no es el mismo hazmerreír que sus dos versiones anteriores.

Por eso a Rajoy, salvo que se produzca una improbable intervención a su favor desde Berlín y París, solo le queda hacer lo mismo que hacen millones de administrados cada día: marcharse al bar de la esquina a despotricar un rato contra el funcionario de turno y volver otro día con toda la documentación en regla. Y debe tenen en cuenta que en las casillas no cabe "bajar el déficit todo lo que podamos", ni "como Dios manda" ni "es justa y necesaria". Bruselas quiere cifras.

La otra posibilidad es mucho más peligrosa: rebelarse e intentar bloquear la aplicación del Pacto de Estabilidad. Alemania y Francia lo hicieron en 2003, pero contaban con aliados suficientes y, además, el tipo de interés de sus deudas ni se inmutó. España, en 2012, no cumple ninguna de esas dos condiciones así que deberá respetar al finlandés con manguitos. Y mientras rellena a regañadientes el formulario, Rajoy no debería olvidar que las sanciones del nuevo Pacto nadie las ha sufrido todavía, pero existir, existen.

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