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Una hoja de ruta sindical tras la reforma

Los sindicatos han probado sus fuerzas en la calle tras la reforma laboral aprobada por el Gobierno. No les ha ido mal: han movilizado más gente que hace año y medio, pero no deberían dejar que este simple incremento del malestar social sedase su espíritu negociador, o lo que quede de él. La situación económica y laboral es muy grave y la reforma es, punto arriba punto abajo, imprescindible para, con otras muchas reformas, recomponer el crecimiento del país. Por tanto, desde ahora, negociar para recomponer parte de lo que consideran desequilibrado. Pero, sobre todo, negociar.

La reforma actual es una auténtica reforma, aunque sigue habiendo expertos que la consideran corta para los problemas laborales que tiene España. Como tal, trata de descomponer la legislación franquista, golpea el poder sindical en las empresas y reduce las barreras de protección de los trabajadores a los niveles europeos. No es anormal, por tanto, una mayor respuesta en la calle a la iniciativa, porque estos cambios a la gente le cuesta asumirlos.

Los sindicatos estaban muy preocupados por el grado de deslegitimación que estaban alcanzando durante la crisis, fundamentalmente por pasividad ante lo que ocurría en la economía. Por ello han caminado con pies de plomo desde que Mariano Rajoy llegó al Gobierno. Se apresuraron a cerrar un pacto de moderación salarial por tres años, corrigiendo el despropósito que ellos mismo habían cometido con la patronal de Díaz Ferrán antes, y han hablado de huelga general ahora con la boca pequeña y a largo plazo.

Ahora la situación no es como hace dos años. El desempleo roza lo insoportable; la mayoría del país es consciente de la gravedad de las cosas y ha otorgado mayoría absoluta a Rajoy para hacer las reformas que Zapatero no se atrevió a hacer; y la reforma está en vigor desde hace dos semanas, y sólo puede ser modificada en el trámite parlamentario en cuestiones de detalle, no de fondo, y donde la negociación sindical es sólo una parte de la negociación.

A esos detalles deberán agarrarse los sindicatos para recomponer sus posiciones. La presión sin resultados en la negociación es inútil, porque convierte la confrontación en un fin en si mismo, cuando sólo puede ser un medio. Otra cuestión es que las centrales, o una poarte de ellas, quiera convertir la presión, la movilización, la huelga, en un fin claramente político, de desgaste continuo al Gobierno. Fuentes sindicales sospechan que la UGT puede encontrar un programa de actuación a su medida en convertirse en el refugio político del Partido Socialista, en un mecanismo de recomposición política de un partido muy castigado en las urnas. Esa tentación, presente en muchos sindicalistas de la UGT, estaría en contra del giro al que Redondo y Zufiaur llevaron a la UGT en los noventa, que defendía la independencia sindical de todo poder político, incluído el PSOE.

Lógicamente ese paradigma cambió con Zapatero, líder que con el andar de los años ha puesto en revisión todas las posiciones históricas del PSOE, y encontró su referencia en la UGT en Cándido Méndez, quien, abrumado por la situación financiera de la central (cierto es que se la encontró quebrada), recompuso los lazos por medio de ministros como Jesús Caldera y Valeriano Gómez.

Comisiones Onbreras, que había consolidado su posición mayoritaria en el sindicalismo con un uso medido de presión y negociación, que había aportado soluciones a los problemas del país con José María Fidalgo, que había puesto el empleo por encima de cualquier otra consideración económica o social, tiene en revisión su estrategia. Ahora sus dirigentes tienen que medir muy bien sus movimientos para lograr rentabilizar la movilización y el diálogo, si es que finalmente se produce, para no dejarse arrastrar por una estrategia que no es la suya, es la de la UGT.

No es un camino fácil. Pero si lo desechan, tendremos huelga general en octubre o noviembre, y, además, como el ajuste del empleo no ha concluído, cuando se convoque el paro se utilizará el argumento de que la reforma solo ha generado más desempleo. Algo que seguramente será inevitable, puesto que hay miles de empresas con al agua al cuello, y bien podrían optar por ajustar antes de generar nuevo empleo.

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