Crisis y felicidad nacional bruta
La crisis constituye el reto más acuciante que afrontan diversos países occidentales y, en particular, España. Después de 14 años consecutivos de crecimiento económico superior al promedio de la Unión Europea, desde el año 2009 sufrimos una tasa de paro inédita entre nuestros vecinos, cercana hoy al 23%. Ante el goteo informativo de medidas gubernamentales drásticas para atajarla, se especula sobre la mejor forma de corregirla. Las soluciones, que nunca son mágicas, requieren valor político, capacidad de sacrificio, consenso social, flexibilidad y habilidad para ser aplicadas. Al margen de la profusión o no de tales cualidades, se me plantean dudas sobre el tipo de crecimiento que tuvimos en la etapa de bonanza.
Crecimos mucho, pero ¿crecimos bien? Una expansión excesivamente basada sobre el ladrillo, con un crédito desmesurado, un endeudamiento rampante y un consumo desbocado nos ha perjudicado más que a otros Estados cuando los vientos globales han soplado en contra. Determinadas rigideces de carácter endémico y un elevado índice de fracaso escolar acaban de aliñar el panorama.
Como reacción, los distintos niveles de la Administración se ven impelidos a recortar gastos. Es necesario, pero no es suficiente. Lo difícil es reactivar la confianza, evitando las sacudidas bruscas que tanto nos embisten. En el siglo XXI la sostenibilidad es medioambiental pero también económica y, a la postre, humana.
Esa reflexión me lleva a Bután. Obviamente, no por la similitud con nuestros lares sino por el trasfondo del modelo de crecimiento.
Desde 2008 es una de las democracias más jóvenes del planeta, que tan solo dos décadas atrás era un enclave paupérrimo e ignoto, con un régimen más propio de un principado feudal que de un Estado moderno. Está situado entre dos grandes colosos, China e India. Vive del sector primario, del comercio, de la energía hidroeléctrica vendida a India y del turismo. Ha aparecido este curso en la prensa por las nupcias del soberano reinante. Su padre, que le precedió en el trono, modernizó el país (la televisión llegó en 1999) y lo preparó para una transición tranquila hacia la monarquía parlamentaria que es hoy.
Cuando allí estuve, además del paisaje, del patrimonio arquitectónico o de la amabilidad de sus gentes, me sorprendió su sistema educativo. No por la infraestructura, sino por los efectos. Además de expresarse en su propia lengua, el dzongkha, los bachilleres me correspondían en un excelente inglés, tanto hablado como escrito. ¿Ocurre algo equivalente aquí?
Su economía, que ha prosperado mucho, no desbaratará los mercados mundiales, pero tiene elementos interesantes. Conocí a un empresario turístico de éxito. Hablamos del sistema de desarrollo y al hacer yo votos por una aceleración del crecimiento (solo 600 españoles habían visitado Bután aquel año), su respuesta me dejó atónito: no deseaba extrapolar la expansión más allá de un límite numéricamente modesto. Demasiados turistas extranjeros, argüía, haría peligrar las tradiciones seculares y podrían alterar la esencia cultural, que apuesta más por la calidad armónica que por los sobresaltos.
Curiosa actitud para nuestro pensamiento occidental. ¿Se imaginan un planteamiento similar en las urbanizaciones de nuestro (otrora aún más) bello litoral?
Pero la principal aportación al mundo de ese país que no llega al millón de habitantes en una superficie algo menor que la que corresponde a Suiza es el concepto de felicidad nacional bruta (FNB), que ha sido objeto de estudios y conferencias internacionales.
La FNB es una propuesta precursora con un objetivo movilizador. Su contenido abarca no únicamente aspectos crematísticos, al considerar que el crecimiento debe ser acorde con los valores que vertebran la sociedad y enmarcado por un buen gobierno. No es sencillo parametrizar estas variables, pero al menos hacen pensar. La noción de desarrollo respetuoso con la historia, el entorno, las personas y el futuro es un activo destacable de Bután. Y además lo saben promocionar en beneficio propio.
Al margen de la sonrisa condescendiente que podría generar, la perspectiva holística de análisis propia de la FNB es un tema cada vez más recurrente. La OCDE, por ejemplo, con motivo del 50 aniversario recientemente celebrado, ha lanzado el índice para una vida mejor. Es un agregado que también incluye factores no estrictamente materiales, pero con gran influencia sobre el bienestar de la sociedad.
De hecho, para evitar sucesivas crisis de calado como la actual, a medio y largo plazo deberemos prestar atención a esos criterios. Probablemente no se tratará de crecer de forma tan desequilibrada, contemplando solo la inmediatez, sino de desarrollarse mejor, con valores más sólidos. Aunque para llegar allí, a corto plazo, haya urgencias que atender con diligencia. No vaya a ser que nuestra economía se desangre por el camino.
Alfons Calderón. Profesor del departamento de Política de Empresa de Esade